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- Recomendamos leer la Guía para madres y padres sobre Hiperplasia Suprarrenal Congénita (HSC), en particular lo relacionado con la “pubertad precoz” en la página 12. También recomendamos la RESEÑA: Guía para madres y padres Hiperplasia Suprarrenal Congénita
Se dice que la infancia es una etapa muy importante en la vida de las personas, que es una etapa muy bonita en la que lxs niñxs descubren el mundo y desarrollan su creatividad y curiosidad. Dicen que en la infancia lxs niñxs adquieren superpoderes y se transforman en lo que ellos quieran ser. Dicen que en la infancia hay inocencia, travesuras, honestidad; no hay maldad, no hay prejuicios, no hay preocupaciones. Dicen que la infancia es libertad, es energía, es felicidad.
Sin embargo, mi infancia no fue así, o no del todo. Dicen que la infancia es la etapa comprendida entre el primer día de vida y los once años de edad. Según mi mamá, a los diez meses de edad, yo ya caminaba por mi cuenta; a los 14 meses yo ya hablaba y me comunicaba muy bien, sin problemas de pronunciación; a los dos años, era capaz de decir palabras difíciles para mi edad, como “conjuntivitis”, a los dos años…
A los dos años comenzó una nueva etapa en mi vida, una etapa llena de cambios físicos y emocionales. A esa edad comenzó a salirme vello púbico y a crecerme el clítoris, y empecé a crecer de manera acelerada; mi cuerpo se volvió una bomba de hormonas. A los dos años inicié la pubertad y, así como mi cuerpo comenzó a cambiar, mi mente también lo hizo. Yo no era como lxs niñxs de mi edad que querían jugar, brincar, correr, gritar, pasar el tiempo con otrxs niñxs; yo no era como ellxs…
Yo era, más bien, como un adolescente inmaduro e impulsivo con unos cambios de humor que ni yo misma aguantaba. Mi mamá dice que, cuando me enojaba, la corría de la casa y le decía que no volviera; ella se iba a la casa de alguna vecina y se quedaba ahí un par de horas, hasta que se me pasaba el coraje y le permitía ingresar a la casa. Me distanciaba de todos, quería siempre estar sola; cuando alguien llegaba de visita, yo me escondía bajo la mesa. Cuando me llevaban a alguna fiesta familiar o infantil, mientras lxs demás niñxs jugaban, yo me quedaba sentada junto a mi mamá, aburrida, esperando con ansias el momento para volver a casa, para no ver a los demás.
Recuerdo que, cuando estaba en el jardín de niños, yo era la niña más alta; procuraba no interactuar con nadie; me gustaba el maestro de educación física y le pedí o, mejor dicho, le insistí a mi mamá que le preguntara su nombre, ya que a mí me daba pena. También me gustaba una niña, era mi vecina y compañera de la escuela, era la única con la que quería jugar y la persona con la que tuve mi primer beso.
Siempre fui consciente de mis diferencias genitales, siempre tuve la sensación de que era diferente a los demás. Siempre me preguntaba si era un niño o una niña porque mis genitales tenían una forma distinta, sin embargo, nunca le pregunté ni comenté nada a nadie, ni siquiera a mis papás. Por algún motivo, mi mamá insistía siempre en que no debía contarle a nadie acerca de mi cuerpo, ni siquiera a mi hermana. Esa insistencia me llevó a creer que había algo malo en mí y a vivir en confusión los siguientes años de mi vida.
Seguí creciendo y mi cerebro siguió funcionando distinto al de un niñx, a veces pienso que tenía la mentalidad de un adulto inflexible y amargado. Mis compañeros de la escuela vivían alegres y sin preocupaciones, mientras que a mí me preocupaban los problemas de las personas adultas. Seguía experimentando cambios de humor, era demasiado temperamental y con frecuencia mi madre me decía que yo le provocaba miedo, que en mi mirada se reflejaba mucha ira y odio.
Como pueden ver, mi infancia fue efímera, solamente duró los primeros dos años de mi vida, los cuales, obviamente, no recuerdo. Solo sé lo que me han contado mi madre y mi abuela. Me salté esa etapa tan importante, podría decirse que no la tuve, así es, no tuve infancia, me convertí en adolescente a tan temprana edad. Ni siquiera recuerdo mis genitales sin vello, solamente los he visto de esa manera en una foto que me tomaron de bebé una ocasión en que mi abuelita me estaba bañando.
Me salté la infancia, pero eso no significa que no pueda vivirla. A los 18 años, o antes, comencé a hacer cosas que las personas de esa edad no harían comúnmente, comencé a hacer actividades que les gusta hacer a lxs niñxs. ¡Quién lo diría! Al cumplir la mayoría de edad y volverme oficialmente un adulto, a mí me daría por hacer cosas infantiles, como subirme a montables tragamonedas para niñxs de preescolar, realizar actividades al aire libre, escuchar canciones infantiles, entre otras.


Ahora, a mis 26 años de edad, he caido en cuenta de cuán importante es esa fase en el trayecto de las personas. Ahora, a mis 26 años, estoy disfrutando mi infancia de la manera en que me habría gustado hacerlo y realizando las actividades que mi corazón me indique. Veo fotos mías de cuando era pequeña y pienso en que esa niña también tenía derecho a la infancia. Así que, en la actualidad, hago lo posible para darle a la niña que fui, a esa que aún vive en mí, la infancia que no tuvo y que tiene derecho a tener; hago lo posible por cumplir sus sueños y resarcir todo el sufrimiento que algún día enfrentó sola y en silencio.
Mi infancia fue efímera, pero me encargaré de volverla sempiterna.