Vivir entre las sombras de una mentira | Por Yela

Vivir entre las sombras de una mentira

Por Yela

– Yela es la primera mujer intersexual venezolana en compartir su historia de vida.

Esta historia fue compartida exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarla en otro lugar, por favor escríbenos para pedir autorización a la autora: brujulaintersexual@gmail.com 

Yela

Es la primera vez que plasmaré mi vida como persona intersexual. Nací en Venezuela en el año 1985 en una familia humilde y numerosa, fuimos 8 hermanos, yo soy la penúltima. Mi hermano menor nació cuando yo tenia apenas año y medio, así que creo que toda la atención se volcó hacia él. No sé que pasó en mi nacimiento, tampoco sé si les dijeron o no algo a mis padres, ellos nunca quisieron hablar conmigo de eso, solo sé que era una niña sana sin ninguna complicación.

De niña recuerdo que me gustaba jugar a los carritos y a la lucha libre, mientras jugaba me sentía niño, me encantaba jugar con mi hermanito como si fuéramos dos niños. Mis padres quizás no lo notaron porque siempre estaban muy ausentes, ambos trabajaban todo el día.

Una de mis hermanas mayores tenía cáncer de pulmón, y a pesar de su enfermedad, me ayudaba mucho con mis actividades escolares, me enseñó a leer, me peinaba y era la única que estaba al pendiente de mí, pero murió cuando yo tenía 9 años, así que me quedé sola, pues mis otras hermanas no me cuidaban como ella. Entiendo que no me cuidaran, no era su responsabilidad, y estaban en una edad en la que preferían salir con sus amistades o con novios.

Cuando tenía entre 9 y 10 años, recuerdo que me sentí muy atraída por una chica, fue algo súper extraño, pero sentí lindo. Pienso que mi cuerpo, mi ser, mi todo, me estaba avisando algo. En esa misma edad comencé a notar que mis genitales eran diferentes a los de mi mamá y a los de mis hermanas, comencé a sentir pena y no dejaba que nadie me viera mis partes íntimas, me sentía súper confundida. No sé porqué motivo nunca me sentí en la confianza de decirle a alguien sobre esas diferencias que notaba en mi cuerpo.

Poco después, comencé a sentir mucho dolor en mi zona inguinal, y noté que tenía una bolita, pero no quise decir nada, solo callaba y me aguantaba el dolor. Un día que me estaba bañando, mi tía entró al baño y logró ver la bolita, salió alarmada, y escuché que le dijo a mi mamá que tenía un tumor en mis genitales y que tenía que llevarme al médico. No sé porqué mi mamá nunca quiso ver la bolita, tampoco me llevó al médico, pero esas palabras me marcaron… me hicieron recordar cuando le dijeron a mi hermana que tenía un tumor canceroso y el hecho de que murió debido a eso. Desde ese día comencé a esperar mi muerte, pues creía que me pasaría lo mismo que a mi hermana.

Llegó mi adolescencia y con ella momentos muy duros. Mi voz comenzó a hacerse grave y me comenzó a salir mucho vello facial y corporal. En el colegio tenía que usar falda, comenzaron a criticarme y burlarse de mi apariencia, me preguntaban si yo era hombre, y cuando hablaba, me decían que “me había tragado a un hombre”. En el colegio todos señalaban mis diferencias, pero mi familia muda, callada, como si no me vieran. Ir al colegio era la cosa mas dolorosa que yo tenía que enfrentar día con día. Además, escuchaba a mis amigas hablar del periodo menstrual y del tipo de toallas que usaban, y yo no sabía de qué hablaban, anhelaba que llegara la bendita menstruación, que crecieran mis senos… pero nada, no pasaba nada. Era muy diferente y no sabía porqué, sufría mucho.

Cuando tenia 15 años, escuché que el esposo de mi hermana dijo: “Ella no se ha desarrollado, ¿porqué no la llevan a un médico?”, así que mi hermana decidió llevarme a un ginecólogo. Era mi primera visita al médico e iba súper asustada, pensaba que me dirían que me iba a morir por el “tumor”, era lo único que pasaba por mi mente.

Al llegar con el ginecólogo, lo primero que me dijo fue: “Quítate toda la ropa para examinarte”, me quedé helada, iba a tener que mostrar lo que por tantos años había mantenido oculto. Al ver mi reacción, el doctor le pidió a mi hermana que esperara afuera. Primero me hizo un ecosonograma en la parte baja de mi abdomen, y me dijo: “Veo un solo ovario”, después examinó mis genitales y se quedó mudo y pensativo, entonces dijo: “Te voy a introducir un hisopo y me vas a decir si te duele”, me sentí tan mal y tan incómoda. Cuando terminó de examinarme, me dijo que me vistiera, pidió a mi hermana que entrara, y dirigiéndose solo a mi hermana, le dijo: “Hay que hacerle una prueba de sangre llamada cariotipo y otros estudios”, al escucharlo yo sabía que algo andaba muy mal, o eso era lo que imaginaba en ese momento.

Recuerdo que el cariotipo era un examen muy costoso, mi familia no tenía como pagarlo, y el esposo de mi hermana en ese momento se convirtió en un padre para mí y pagó los exámenes. Llegaron los resultados, donde decía que tenía “síndrome de insensibilidad androgénica incompleta”, y que mis cromosomas eran 46XY. Yo ignoraba totalmente el significado de ese resultado, solo me refirieron a un urólogo, un endocrinólogo, un cirujano y un psicólogo.

La primera visita fue con una endocrinóloga, esa doctora revisó los resultados de mis estudios médicos y comenzó a referirse a mí con pronombres masculinos, para ella yo era un hombre. Para mí, era una confusión muy grande, no entendía porqué se refería a mi como “EL” si yo era femenina, pero no reclamé y solo me quedé muda. Durante la revisión genital, la doctora comenzó a tomarle fotos a mis genitales, y me dijo: “Para la próxima cita, por favor no te depiles, quiero tomarte fotos con mucho vello púbico”. ¡Salí de ahí espantada! No quería volver nunca, y así fue, no regresé y continué con mi vida sin saber que estaba pasando conmigo.

En ese tiempo tenía muchos deseos de tener una novia, pero reprimía ese deseo pues mi papá era homofóbico y hablaba horrible de las personas homosexuales, decía: “Si me sale un hijo gay o lesbiana, en ese momento dejan de ser mis hijos”.

A los 18 años conocí a un chico que me agradó, me llevaba muy bien con él, pensaba que finalmente había alguien que se sentía atraído por mí. Fuimos novios por 5 meses y decidimos casarnos. Sentía que al casarme con un hombre estaba llevándole a mi papá un “trofeo”, y que yo podía estar tranquila de que siempre iba a ser mi papá.

Hasta entonces, yo nunca había tenido intimidad, así que cuando nos casamos y llegó el momento, comenzó otra tortura, pues iba a tener que desnudarme, y mi esposo iba a enfrentarse a una vagina diferente. Éramos dos chicos enfrentándonos al desacierto, yo era su primera novia y él era mi primer novio. Cuando intentamos tener intimidad, él no pudo penetrar mi vagina, pues esta es muy estrecha y corta, lo intentábamos día a día, pero no podíamos. Él se sentía mal, pensaba que era su culpa, que era un tonto… y yo me sentía culpable porque sabía que la culpa era mía.

Nuestro matrimonio continuó por 10 años, hasta que un día él me dijo: “Ya sé que pasa contigo, ¡eres hermafrodita! y por eso creo que nunca podremos tener sexo normal”, cuando lo escuché, nuevamente el mundo se me vino abajo, pero esta vez con un “diagnóstico” emitido por mi esposo. Yo le contesté: “¡¿De donde sacas eso?! ¡¿Qué significa?!”, y me dijo: “Lo busqué por internet, son las personas que nacen con dos sexos”. Comencé a investigar en internet sobre esa palabra: “hermafrodita”, encontré fotos de personas con lo que antes la medicina llamaba “hermafroditismo” y me convencí de que eso era lo que me pasaba.

Tenía 23 años y decidí volver al médico, fui al Hospital Central de Barquisimeto, mi ciudad natal, y me enviaron a urología. Me atendió un doctor de apellido Nass, quien me dijo que me haría una revisión genital, en cuanto vio mis genitales su cara fue de asco y miedo, enseguida me dijo: “Vístete, te vas a hacer esta serie de exámenes y me traes los resultados”. Yo me sentía como si fuera un monstruo, un bicho raro, pero necesitaba ayuda, me sentía muy perdida, así que me hice los exámenes. Volví al hospital con los resultados, me dirigí con el doctor, noté que en cuanto me vio llegar comenzó a murmurar con otros médicos y todos voltearon a verme, escuché como hablaban entre ellos y decían: “Atiéndela tú”, “No, atiéndela tú” … nadie quería atenderme, hasta que una doctora accedió a atenderme. La doctora revisó los resultados y me dijo: “Tienes que pedir cita con un cirujano”.

Salí de ese hospital más triste y confundida de lo que había llegado. Odiaba a mi cuerpo y deseaba morir. Volví a casa y decidí no volver más nunca a un médico, y solo vivir lo que me tocara vivir.

Mi autoestima estaba por el piso, no tenía a quien acudir, nadie podía ayudarme a resolver mis dudas sobre mi cuerpo y vivía una vida que no era la que quería con alguien que no me quería. La relación con mi esposo comenzó a deteriorarse, él comenzó a decirme que quería estar con una “mujer de verdad”, que quería tener hijos y que yo no se los podía dar, pero seguía a mi lado, y yo por mi parte no tenía el valor para irme y dejarlo. La vida me había enseñado a soportar, siempre a soportar, hasta que llegó el día en que él se fue con otra mujer, y volví a quedarme sola, pero fue el principio de algo bueno para mi vida.

Para ese entonces, mi papá había muerto y ya no había nadie que me impidiera relacionarme románticamente con otras chicas. Comencé a hablar por mensajes con una chica, más tarde comenzamos a salir e iniciamos una bonita relación, pero el miedo no me dejaba ser feliz, tenía que contarle que yo era diferente, que tenía ese “síndrome” que me habían dicho los médicos. Un día me decidí a decirle, pero no tenía el valor de hacerlo en persona, le escribí un mensaje de texto que decía: “Sabes, tengo un síndrome, se llama síndrome de insensibilidad androgénica incompleta, busca información por internet y luego me cuentas si quieres continuar saliendo conmigo”, ella me respondió: “No me importa lo que tengas, te amo y quiero estar contigo”. Le insistí: “Por favor, busca información y después decides”. Al día siguiente, ella me escribió: “Ya busqué información, se trata de esto y aquello, pero no me importa, te amo y quiero estar contigo”. Me sentí la persona más afortunada del mundo, porque a la persona que me gustaba, no le importaba como era y me amaba tal cual.

A pesar de su respuesta, mi falta de amor propio y mi necesidad de ser “aceptada” por la sociedad, me llevó a asistir a una iglesia cristiana evangélica, ahí hablé con una de las consejeras y le conté toda mi historia: le dije que era diferente a otras chicas y que me gustaban las chicas. Ella me dijo que eso no era posible, que dios no se equivoca, que yo era una mujer y que tenía que rechazar ese “espíritu demoniaco del lesbianismo”, que si yo quería a dios, él me sanaría, y que tenía que renunciar a todo pecado. Me sentí muy mal, pues con mi novia sentía que había encontrado el verdadero amor. Tenía que decidir si seguir con la persona que amaba y ser “condenada” por un dios castigador, o renunciar a ella y quedarme en una iglesia donde no me sentía feliz. En ese momento no decidí, solo comencé a vivir una doble vida, seguí con mi novia, y los domingos iba a la iglesia a recibir mis latigazos.

Un día se me ocurrió una pésima idea, le dije a mi novia: “¿y si hago una transición a chico?, así puedo seguir contigo y también en la iglesia”, y ella me respondió: “Si quieres hacer la transición porque es lo que te va a hacer feliz, yo te apoyo y te acompaño, pero solo como amiga, pues no me siento atraída hacia los chicos”. Ella si sabia lo que quería en la vida, yo solo quería complacer a la sociedad por encima de mi felicidad, pues la realidad es que yo amo ser mujer.

Tomé valor y le conté a mi familia, les dije: “Soy lesbiana y tengo novia”, la mayoría lo tomó con mucho respeto. También comencé a alejarme de la iglesia, que lo único que hacía por mí era confundirme y lastimarme, y gracias a esto las cosas comenzaron a cambiar para bien.

Me sentía mejor con estos cambios, pero el dolor en mi zona inguinal continuaba, lo que me obligó a volver a buscar un médico. Esta vez ya tenía un empleo y pude ir a una clínica privada, fui a una ginecóloga-endocrinóloga, le llevé todos los exámenes médicos que me había realizado. Ella me examinó y me hizo un ecosonograma, y me dijo: “Ese ovario que dices que vio el primer doctor al que fuiste, no existe, lo que él vio fueron testículos internos”, yo solo pensé: “¡Wow!, ¡¿qué es esto?!”, era mucha información para mi cerebro, pero la escuché atentamente. Luego me dijo: “Hay que operarte urgentemente, porque puede ser que tus testículos ya hayan desarrollado cáncer”, sentí que el mundo se venía  abajo de nuevo. Continuó diciendo: “En una clínica privada la cirugía te va a salir muy costosa, es mejor que regreses al Hospital Central, yo te voy a acompañar”, yo pensé: “¡Claro que me va a acompañar! Llevará un caso extraordinario de la mano”.

Llegue de nuevo a ese hospital donde había sufrido tanto, había como 20 médicos esperándome, ya no estaban los mismos médicos de antes. Me mandaron a que me quitara toda la ropa, y con los 20 médicos a mi alrededor, comenzaron a examinarme, a tocarme, a tomarme fotos, a hablar entre ellos sobre lo que tenían que hacer… me trataban como si yo fuera algo que no sentía, una sombra. Tomaban decisiones sobre lo que harían a mi cuerpo sin preguntarme lo que yo quería, y yo solo quería que el dolor en mi zona inguinal se fuera. Dijeron: “Lo primero que vamos a hacer es extraer las gónadas, luego procedemos a la clitoroplastia y a la vaginoplastia”, y yo callada, sumisa, pero dispuesta a hacer todo lo que ellos decidieran, sentía que no tenía opción o moriría de cáncer.

Me dieron fecha para la cirugía de extracción de gónadas (testículos internos). Llegó el día, entre a quirófano con 4 médicos, las enfermeras y una cámara de video, porque mi cirugía fue grabada, aunque nunca pidieron mi autorización. Me anestesiaron y no supe más. Desperté 3 horas después, me sentía súper adolorida y mis gónadas fueron enviadas a un laboratorio para la biopsia.

 Regrese a casa confundida, nerviosa, y a la espera de un resultado para saber si tenia cáncer o no. Los resultados llegaron, todo estaba bien, no había nada malo en mis gónadas, estaban sanas. Después supe que el dolor que tenía era por una hernia inguinal, y lo único que tendrían que haber hecho es reparar esa hernia y dejar mis gónadas sanas en su lugar.

Después de la cirugía, de lo dolorosa que fue, y de todo lo que viví con los médicos: las fotografías, la exhibición ante decenas de médicos, sus palabras, etc., decidí no volver al hospital, no quería más cirugías, pues mi novia amaba mi cuerpo tal cual era, y yo estaba empezando a aceptarme. Mantuve mis consultas médicas con la endocrinóloga privada, quien me dijo que al haberme quitado las gónadas, y ya no tener mi producción hormonal natural, necesitaría un tratamiento hormonal de por vida, o me daría osteoporosis y otros problemas de salud, así que la endocrinóloga me daba estrógenos y calcio.

Pero aún venían más pruebas en mi vida, la economía venezolana se fue abajo, había escases de medicamentos y de alimentos, ya no tenía dinero para comprar mi tratamiento hormonal, ni para pagar las citas con la endocrinóloga, y con el tiempo desarrolle osteoporosis severa con alto riesgo de fracturas.

Mi novia y yo decidimos mudarnos juntas para apoyarnos económicamente. La crisis económica y de salud hizo que comenzara a sufrir de crisis de ansiedad y depresión, y comencé a sufrir unos dolores musculares terribles que me acompañan hasta el día de hoy. He tenido que ir con muchos médicos y ninguno sabe la causa exacta de esos dolores, pero piensan que están relacionados a que me quitaron las gónadas.

Hace mas o menos un año, buscando por internet mas información sobre el “síndrome de insensibilidad androgénica incompleta”, llegué a una página que se llama Brújula Intersexual, decidí escribirles un mensaje con algunas preguntas, me respondió una chica encantadora y súper amable de nombre Laura, me llamo por teléfono y hablamos durante mas de una hora. Ella me explicó tantas cosas que a lo largo de mi vida no había podido entender y que ningún medico había podido explicarme, por primera vez escuché la palabra “intersexual”, y desde ese preciso momento dejé de ser la chica del “síndrome”, la rara, la que iba a ser condenada por dios, y comencé a ser una chica intersexual. Le comenté a Laura sobre los problemas que tenía para con el tratamiento hormonal, que no había forma de conseguirlo en Venezuela, y me presentó a otra persona encantadora de nombre Eliana, quien me dijo podía apoyarme a conseguir el medicamento. Entre Laura y Eliana me ayudaron a conseguir mi tratamiento hormonal, y eso hizo que mejorara un poco mi salud. Laura me enseñó algunas técnicas de meditación que me ayudaron a controlar la ansiedad, y también me contactó con un psicólogo que me ha ayudado mucho de nombre José Sánchez.

Ahora siento como si me hubiera quitado una venda de los ojos, pude entender que pasaba con mi cuerpo, pude entender que no era un monstruo. Comencé a amarme, mi autoestima comenzó a levantarse del subsuelo donde se encontraba. Ahora creo en el amor, creo en la libertad, y creo en que no hay nada mas gratificante que ayudar a otras personas. Mi intensión al compartir la historia de mi vida es que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé. No soy hermafrodita, no soy un monstruo, solamente soy una chica intersexual. Ahora tengo amistades nuevas que también son intersexuales y que se convirtieron en mis hermanas. Gracias Laura, gracias Brújula Intersexual por existir.

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