Como fuera de este mundo | Por Cris

  • Esta historia fue compartida exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarla en otro lugar, por favor escríbenos para pedir autorización a el autor: brujulaintersexual@gmail.com
Muchas gracias a Nowakii por el hermoso dibujo que me hizo.

Hola, esta es mi historia intersex y con una especial dedicatoria para Laura Inter, ya que sin ella aún estaría a la deriva pensando que soy especie única de otro planeta, a todo el staff y miembros de Brújula Intersexual que me han recibido con tanto amor y cariño. ¡Gracias!

Mi historia comienza a los 3 años de edad por lo que no ha sido fácil recordar más allá de escenas traumáticas y otras que atesoro mucho, mi madre me ha ayudado a recordar y a corregir estos recuerdos.

Yo nací en 1984 en el estado de Baja California, México y a partir de mis primeros pasos ya visitaba regularmente las instalaciones del Seguro Social en mi ciudad, las visitas fueron cada vez más interactivas, desde un vaso de agua con sabor a metal hasta inspecciones a mis genitales; no tuve miedo pues siempre caminé de la mano de mi madre quien solía conversar conmigo aunque no entendía mucho a esa corta edad, solo me gustaba escuchar.

Ella se acercaba a distintas personas dentro de las instalaciones, al personal de oficinas, médicos y enfermeras, y yo tratando de explorar el mundo en una oficina o sala de espera, en mis memorias era sano y feliz, siempre cerca de mi madre y debo remarcarlo desde ya, ella ha sido mi mundo desde que tengo memoria.

En una de estas visitas ya me encontraba recostado en una camilla, mi madre seguía a mi lado y pese a las circunstancias no demostré miedo pues sabía que estaba allí para protegerme, esto hasta que una enfermera le pidió de favor que esperara detrás de una línea marcada en el suelo que separa a los familiares del quirófano.

Yo la buscaba con la mirada y llamándole, cada vez más triste y asustado, ella respondía a lo lejos para tranquilizarme sin embargo no pude ignorar que no estaba conmigo y que se escuchaba del otro lado de un pasillo largo.

Un par de enfermeras intentaban calmarme y me preparaban, me hablaban como si estuviesen orgullosas de mi mera existencia sobre esa camilla; una de ellas intentó insertar una intravenosa y fue entonces que reaccioné al dolor del pinchazo con gritos y forcejeo, no paraba el llanto, la camilla se giró durante la escena y pude ver a mi madre llorando sin consuelo por su hijo, al que no podía corresponderle.

Ambas enfermeras luchaban por sujetarme y así poder administrar un sedante, yo seguía forcejeando y se les sumó un médico que iba de paso para auxiliarles, todo entre gritos y patadas, obtuve nueve piquetes en mi brazo izquierdo y seis en el derecho por intravenosas fallidas. Entre la multitud se apareció un rostro familiar y le pidió a todos guardar la calma, era un familiar que ha ejercido como médico cirujano por décadas, dejé de defenderme pero no de sollozar, estaba seguro de que él me salvaría y llevaría con mi madre, sin embargo fue él quien me aplicó el sedante por intravenosa. Todo se tornó borroso.

Durante mi recuperación, ya no era aquel niño que exploraba el mundo, solo miraba al suelo y le temía a casi todo; mi madre supo convencerme de que todo estaría bien pues eso le hicieron creer a ella, que ya había pasado el peligro. Me sumía cada vez más en mis pensamientos a tal grado que me convertí en el hijo que, y cito, «nunca lloraba ni se quejaba, siempre calladito», características que se señalan cuando nos juntamos en familia para recordar viejos tiempos. Dado que no me sentía como los demás niños, siempre fui un soñador que miraba al firmamento nocturno en espera de ser rescatado por una nave nodriza que buscaba a uno de los suyos.

El día que nací le hicieron saber que tenía un problema hormonal, que mis testículos no habían descendido y de no ser removidos corrían riesgo de volverse cancerígenos; por miedo y por mi bienestar accedieron a someterme a cirugía. No la culpo a ella, allá en los 80’s era casi imposible investigar por cuenta propia, no se tenían las mismas libertades, y la influencia de tener a un familiar ejerciendo medicina fue más que suficiente. Hoy en día me pregunto si los médicos sabían lo que hacían pues mis cicatrices van desde el ano hasta la punta de lo que conozco como «pene», otra debajo del ombligo en forma vertical y una última también en el vientre, pero más pequeña, de manera horizontal.

Más preguntas surgían durante mi desarrollo y solo contaba con mi madre para absorber el tema, ella decía que los Médicos le recomendaban prótesis para tener una vida «normal», mi padre jamás dijo una palabra al respecto y decidió ignorar mi situación, pretender que nunca ocurrió dejó muchos otros traumas basados en su machismo, sin embargo no le guardo rencor pues su historia es aún más triste que la mía.

La pubertad fue para mí una fase experimental muy interesante y rigurosa puesto que aún conservaba ciertas actitudes infantiles, ciertos aspectos de mi desarrollo se vieron limitados por mi inmunidad a los andrógenos y, por ende, aprendí observando a comportarme como hacían mis compañeros de escuela, fingía un interés descontrolado por el sexo femenino, aprendí las costumbres, el «andar» como si hubiese algo en mi entrepierna y a fingir la voz más grave que podía en aquel entonces, mi interés por pasar desapercibido era real y no quería estar solo, mientras escribo esto me doy cuenta de que sí fue una muy mala experiencia no poder ser yo mismo y forzarme a cumplir con los estándares antes de mi adultez.

Cuando mi generación se expuso a la tecnología del internet comercial, busqué «casos» y a personas con las mismas características pero nunca encontré información alguna, ni siquiera sabía «qué» o «cómo» buscar, solo encontraba indicios bíblicos sobre ángeles en la tierra, datos extraterrestres y algunas otras ocurrencias ficticias que eran de lo único que podía sostenerme pero ya sin esperanzas.

Los años de soledad que pasaron, a pesar de tener a mi familia siempre, dispararon algunos trastornos de la personalidad, como depresión crónica (distimia), déficit de atención (TDA) y esta es la primera vez que lo comparto en general: intenté quitarme la vida en severas ocasiones y no lo lograba. Quizás no lo hacía bien, desde cortes profundos, hasta adentrarme a una casa en llamas, entre otras situaciones similares de las cuales salía casi ileso. De un tiempo a la fecha simplemente deje de intentarlo y adopté a un perro, comencé a disfrutar las cosas pequeñas de la vida, micro-metas y a leer sobre mi experiencia en la infancia.

Fue entonces que conocí a Laura Inter y con ella a mi nueva familia de Brújula Intersexual; no podía creer que finalmente alguien me comprendía, ella me explicó lo qué ocurrió hace más de treinta años y no era el único, en ese momento mi voz se quebró —nada me hacía llorar— y me senté en el suelo, sentía una infinita calidez, quería pasar toda la noche en esa llamada y saber más. Mi niño interior se vio en lágrimas de alegría, alzando los brazos bajo un haz de luz de aquella nave nodriza que tanto soñó, para recuperar a uno de los suyos. Encontré a mi familia.

Gracias a esa experiencia tuve un nivel de confianza invaluable y el valor para investigar más a detalle; visité a un médico especialista para revisar mi caso pero lamentablemente se preocupó más por «arreglarme» que por mi salud, no regresé más y acudí al consejo de una amistad que se encuentra dentro de el campo de neonatología —rama de la pediatría que se enfoca en el periodo perinatal— y me pareció una mejor perspectiva de primera mano. Sin embargo mi aventura llega hasta el costo de algunas de estas pruebas de laboratorio.

A la fecha sigo siendo una persona que limita sus emociones, la distimia ataca pero no me hace retroceder y el TDA no tiene cura —me llevo meses escribir esto— también he mejorado bastante mi autoestima, he buscado empatía y seguridad en un par de amigxs al contar mi experiencia y la encontré, pude charlar con mi madre de este tema luego de más de una década sin tocarlo y le dije que no fue culpa suya, le dije cuanto la amo y que gracias a ella soy un hombre feliz. Desafortunadamente, mis seres queridos y personas que me rodean no están listos para «mi», por lo que me he mantenido en el anonimato.

Agradezco infinitamente a Brújula Intersexual por recibir mi historia, a Laura Inter por ser el ángel que descendió de aquel haz de luz para rescatarme y a todos aquellos que se han tomado el tiempo de publicar sus historias, ya que sin sus experiencias de vida no hubiese encontrado el valor de hacerlo. Espero que otros sientan esta confianza para lograrlo. ¡Gracias!

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