Mi historia intersexual. Por Cecilia L.

Mi historia intersexual

Por Cecilia L.

* Esta historia fue compartida exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarla en otro lugar, por favor escríbenos para pedir autorización a la autora: brujulaintersexual@gmail.com

Radma
Ranma. Este personaje significa mucho para mí, me identificaba con él en la adolescencia.

Hace 30 años nací en la provincia de Tucumán, Argentina, desde muy pequeña sabía que algo no andaba bien, que era diferente a las otras niñas, pero entre juegos y risas con mis amigos, traté de no pensar en eso.

Fui creciendo, hasta que llegó un momento en el que mis “amigos” me obligaron a prestar atención a lo que tanto trataba de ocultar. Me enfrentaron conmigo misma sin mi permiso, me insultaron por mi apariencia, e incluso sus padres les prohibieron que se juntaran conmigo, era diferente y no me daba cuanta del porqué de todo eso. Tal vez sí sospechaba que era diferente, pero no quería que el enfrentarme a ello, pasara de esa manera tan violenta, tan triste.

Con el pasar del tiempo, en ratos odiaba y en otros amaba a mi cuerpo. Sabía que era mío, pero era diferente, y tenía mucho miedo de hablar sobre sus particularidades por vergüenza a lo que otras personas pudieran pensar. No sabía que me pasaba.

Mi familia nunca me informó nada sobre mi situación, nunca me trataron diferente a mis hermanos, nunca noté una mirada que me causara temor o incertidumbre, nadie me decía nada, ni mis primos, ni mis abuelos, ni mis tíos, ni otros familiares.

Recuerdo que a los 14 años fui a quedarme a dormir en casa de unas compañeras, era la primera vez que me dejaban asistir a un “pijama party”. Éramos adolescentes, una edad de descubrirnos, de cambios que suceden en él cuerpo. Esa noche había compañeras que ya habían tenido su periodo menstrual, algunas ya usaban sostén, algunas ya se depilaban, otras ya habían tenido su primer beso… y yo, bueno, tenía un cuerpo que no se desarrollaba como el de ellas, que no encajaba con los cambios que ellas contaban.

Esa noche hicieron un juego en el que cada una dibujaba su vagina y hablaba de sus partes, todas reíamos porque nos daba vergüenza estar hablando de eso, cuando me tocó a mí, mostré el dibujo que había hecho basándome en mi propia vulva, el cual era diferente a los otros dibujos, pensaba que algunas compañeras tal vez podrían tener algo igual que yo, así que dibujé mi clítoris agrandado. Todas se me quedaron mirando, pero no llevaron el apunte a lo que estaba haciendo, otras me dijeron que tenía que ir a un médico, a lo cual respondí: “¡fue una broma!”. Después de esa fiesta, me di cuenta de la diferencia tan grande que existía entre el cuerpo de ellas y el mío.

Ese mismo año, los insultos y el acoso que vivía en la escuela se incrementaban, hasta que decidí no asistir más. Mi mama me pregunto qué pasaba, y yo conteste con mucha vergüenza: “¡No te das cuenta qué mi voz no es igual a la de las otras chicas!, ¡no te das cuenta qué todas se desarrollan menos yo!, ¡no te das cuenta qué algo raro pasa con mi cuerpo!”. Mi mamá me miro con cara de preocupación y solo dijo: “Vamos a que te lo explique una ginecóloga”.

Entré al consultorio de la ginecóloga e inmediatamente me pidieron que me desvistiera, me sentía muy mal, era la primera vez que mostraba mi vagina a alguien. Ella me derivo a un urólogo donde también revisaron mis genitales, y desde ahí comenzó una etapa donde casi todos los días tenía que hacerme unos estudios diferentes. Cuando los médicos hablaban con mis padres, a mí me dejaban afuera del consultorio, y siempre veía como mi papa salía llorando y mi mamá con mucha preocupación.

Durante esa época de estudios médicos, cursaba el secundario, y fue angustiante, porque mientras todos mis compañeros estaban experimentando sus primeros fracasos amorosos, yo experimentaba lo que era una tomografía computada, una cistoscopia, y diferentes métodos de análisis.

Un día dos de los médicos que me trataban me sentaron y me dijeron: “Tenemos que operar, pero necesitamos saber si lo que estamos haciendo en un futuro vos también lo quieras”. Antes de la operación, estuve 1 año en terapia psicológica, en donde solo me explicaban todo lo que me estarían por hacer”.

Después de un año, consideraron que estaba “apta” para ser operada, sin embargo, yo no entendía completamente en qué consistía y que implicaba la operación, y nunca supe su gravedad hasta que me desperté de mi cirugía.

Recuerdo que al entrar al quirófano habían más de 20 personas, sentí miedo y vergüenza porque sabía que esas personas me iban a ver desnuda.

Me anestesiaron, y después de 8 horas aproximadamente en el quirófano, desperté. Todos lloraban alrededor mío, me miraban con lastima, y creo que eso fue lo peor. Ahí también estaba mi psicóloga, quien me dijo: “Pase lo que pase no te mires abajo [los genitales], está todo inflamado y no te conviene”.

Esos días fueron de mucho dolor, tanto físico como psicológico, recuerdo que entraban los enfermeros a bañarme – sí, enfermeros y no enfermeras. Su mirada al observar el lugar de la operación era de preocupación. Creo que lo que más me dolió en todo ese proceso fue la mirada de los otros.

Cuando volví a mi casa, ya tenían todo el discurso preparado para mí: “Tenes que decir que tuviste un quiste en los ovarios, por nada del mundo tienes que decir que te hicieron”. Yo acepté y repetí esa historia.

Actualmente tengo 30 años, y la procesión no termina más, sufro crisis de identidad constantes, depresión, me recetaron unas pastillas (hormonas) que me destruyeron el hígado y me dejaron en cama durante meses, he querido quitarme la vida, he sufrido dolor físico, discriminación… Y a la fecha no sé exactamente cuál fue mi diagnóstico, mi familia no quiere hablar conmigo de eso, ni los médicos me han dado toda la información respecto a mi situación.

Escribo esto para que no exista más mutilación genital, y para que dejen de ver a las personas como yo como algo “extraño” y “peligroso” que hay que corregir. Escribo esto con mucho dolor al enterarme que la historia se repite en cada niñx intersexual. Basta de ocultarnos la verdad, basta de ser conejos para sus experimentos, basta de ser el experimento de los grandes laboratorios farmacológicos y los hospitales. Desde la provincia de Tucumán levanto mi bandera en apoyo a todxs lxs que pasamos por estas torturas.

C.L TUCUMAN.

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