45 X: Nacer sin un cromosoma
Por Sahí
*Esta historia fue compartida exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarla en otro lugar, por favor escríbenos para pedir autorización a la autora: brujulaintersexual@gmail.com

Soy la menor de cuatro hermanos, nacida y criada en Quintana Roo, México. Mi madre me cuenta que fue un parto un poco accidentado, pues tarde mucho en nacer después de romperse la fuente y tuve ‘sufrimiento fetal’.
Siempre fui la más pequeña de la casa, lo cual pasó a tener un nuevo significado, ya que también fui la más “chiquita” en el salón de clases, debido a que ingresé a la primaria a los 5 años y no a los 6 como la mayoría de los niños. Por lo tanto, era la más bajita de estatura, y me tocaba formarme al frente de la fila al momento de la solemne ceremonia del homenaje escolar. Sin embargo, no me sucedió nada particularmente grave o malo mientras estuve en la escuela primaria. Era una niña como cualquier otra a la que le gustaba jugar con sus compañeras y tuve una infancia bastante ordinaria.
Fue en la escuela secundaria que para mí se empezó a hacer evidente que algo más me pasaba, no me sentía cómoda. Pasé de ser una niña amiguera y sociable, a ser una niña introvertida. Sentía que no me identificaba del todo con mis compañeras, ellas empezaban a pasar por los cambios que el libro de biología decía que debíamos pasar todas, pero claro, todas menos yo. Mi cuerpo seguía igual al de una niña, no tenía pechos, no crecía, y en general mi cuerpo no se desarrollaba como el de mis compañeras. Mientras mis compañeras ya estaban atravesando la pubertad, yo sentía como si fuera una niña rodeada de adolescentes (¡que cliché!). Mis demás compañeras hablaban de que ya tenían su periodo menstrual y yo no sabía cuándo llegaría el mío. Llegue a pensar que cuando me llegara mí menstruación, me sentiría igual que las demás chicas.
Además, comencé a tener problemas debido a mi estatura y a mi apariencia considerada de niña. Cuando nos formaron por estatura para seleccionar a la nueva escolta de la escuela, fui la más bajita por lo cual ni siquiera tuve la oportunidad de ser seleccionada. Una compañera de salón me puso el apodo de “Danonino”, que hacía alusión a mí baja estatura, y comencé a sufrir bullying de parte de varios compañeros y compañeras.
Debido a todas estas situaciones comencé a tener problemas de autoimagen y autoestima. Recuerdo que mi mamá, para animarme, siempre me decía: “Hija, tu abuelita decía que los perfumes finos vienen en frasco pequeño”.
Ni mi mamá ni yo sabíamos que me pasaba, así que acordamos que iríamos al doctor si cumplía 15 años y mi periodo menstrual no llegaba. Mis 15 años llegaron y mi menstruación, aquel cambio que decían me volvería una “señorita”, brillaba por su ausencia.

A los 16 años, encontré una pequeña bolita en uno de mis pechos, me llevaron enseguida a un oncólogo en la ciudad de Mérida para descartar que fuera algún tumor maligno, me realizaron estudios y afortunadamente resultó ser benigno, lo cual agradezco a la vida. Durante estas visitas, mi mamá aprovechó y le contó al doctor sobre mi situación, el oncólogo nos recomendó solicitar consulta con un ginecólogo que él conocía. Así que, en uno de esos viajes a la ciudad de Mérida para dar seguimiento a lo del tumor y revisar que la bolita hubiera desaparecido, finalmente fui a mi primera consulta con el ginecólogo. Me reviso y me sentí aliviada pues me recetó unas pastillas (hormonas) que dijo me harían tener mi periodo menstrual “mágicamente”, también solicitó que me hicieran un ultrasonido. “¡Al fin seré como las demás chicas!», pensé en ese momento.
Empecé con el tratamiento hormonal y no pasó nada, me sentía cada vez más preocupada. Además, los resultados del ultrasonido no fueron nada alentadores. Mi mamá se puso como una furia cuando la especialista que me hizo el ultrasonido puso en los resultados que no me encontraba los ovarios, todo un escándalo para mi sacrosanta madre, la cual terminó dirigiéndose al director del hospital, y finalmente optamos por ir con otro ginecólogo que nos recomendó una de mis tías.
El nuevo ginecólogo enseguida nos dijo que suspendiera las hormonas que nos había dado su colega, revisó el ultrasonido por el cual mi mamá se había enojado tanto, me hizo otro ultrasonido en su mismo consultorio, me mandó a hacer un estudio llamado cariotipo (para ver la configuración cromosómica) y nos dijo que llevaría un tiempo para tener los resultados.
Para entonces ya cursaba la escuela preparatoria, y en mi última unidad de la materia de biología habíamos visto conceptos básicos de genética. En ese momento no tenía idea de lo importante que sería para mí esa clase en particular. Se trató el tema de cómo es que los cromosomas de las personas a veces pueden ser diferentes de los típicos. La maestra nos explicó como «las niñas tienen cromosomas XX» y «los niños cromosomas XY», pero existen casos como en el Síndrome de Klinefelter, en el cual en lugar de solo tener cromosomas XY, la persona nace con cromosomas XXY; y el Síndrome de Turner en el cual la persona solo nace con un cromosoma X en lugar de los dos. Incluso recuerdo que la maestra dijo que a simple vista podía asegurar que ninguno de nosotros tenía ninguna de estas “anomalías”.
Recuerdo que desde que escuché sobre esto, me llamó mucho la atención, pero en ese momento no sabía exactamente porqué. Platiqué con mi cuñada sobre la clase de genética y le conté sobre estos casos que tanto me llamaban la atención, le leía una y otra vez mi libro para poder entender bien esto. Mi cuñada entendió mi preocupación, y me tranquilizó diciéndome que no creía que lo que me sucedía estuviera relacionado a eso. Aun así, mi corazón no me dejaba de decir que siguiera investigando y que me grabara esos conceptos tan nuevos para mí.
Cuando llegó el día de regresar a Mérida por los resultados de mi famoso estudio de cariotipo, recuerdo qué al decirnos los resultados, el genetista se sorprendió más que yo, al notar que no me encontraba asustada, contrariada o en shock por los mismos, simplemente escuchaba lo que nos explicaba a mi y a mis preocupados padres.
Hoy sé que esa clase de genética en la escuela preparatoria que tanto me había impactado, no fue más que la vida preparándome para lo que venía, como si la vida se me pusiera de frente y me dijera: “¡Esto es!, ¡esta es la respuesta que buscas!” y mi corazón no me mintió: mis cromosomas son 45 X, es decir, nací con una variación cromosómica conocida como Síndrome de Turner.
Así fue como descubrí y comencé a entender mi cuerpo y mi mundo.
Desde el momento que lo supe, mis padres me dijeron que no lo contara a nadie, y que si lo llegaba a decir tuviera cuidado a quien, pues no querían que me vieran diferente o me trataran raro. Me dijeron que llegaría el momento en el cual tendría que decirle a mi futuro esposo (sí, muy heteronormado su discurso, pero no les culpo) sobre mí y explicarle que soy diferente, pero ¿quién en este mundo no lo es?
Lo que sí me costó unos años asimilar al confirmar mi Turner es el hecho de la infertilidad, pues fui la típica niña que ya tenía incluso pensados los nombres que les pondría a mis futuros hijos, pero hoy estoy consciente de que las familias se conforman de muchas maneras, que no necesitas ser madre biológica para sentirte plena, y esa no es la única meta de vida al ser una mujer, sino es la meta que nos imponen al crecer en un mundo extremadamente heteronormado y patriarcal, pero estoy segura de que la naturaleza nunca se equivoca y que mí objetivo en la vida es otro.
Hoy puedo ver como una ventaja lo que en mi adolescencia tanto me afectaba. Mi apariencia no es como la de las demás mujeres de mi edad, y me hace gracia y me encanta cuando alguien me dice que no aparento mi edad y se sorprenden al saber que estoy por cumplir 30 años, simplemente piensan que soy roba años, y la realidad es que las personas con Turner siempre nos vemos mucho más jóvenes de nuestra edad.
Me hubiera gustado que no me instruyeran en tratar este tema con tanto hermetismo, como si fuera algo de lo cual debiera avergonzarme, pues al tratarlo de esta manera, te hacen sentir que eres o tienes algo raro o malo, algo que debes ocultar, y que muy difícilmente encontraras alguien como tú o que pasó por una situación similar, alguien con quien te puedas identificar y decir: ¡No estoy sola!
Al investigar sobre mi experiencia y situación, supe que las variaciones cromosómicas también están contempladas bajo el término general «intersexualidad«. Gracias a ese término tuve la fortuna de haber llegado a este espacio y, sobre todo, el llegar a conocer personas como Laura Inter, que ha sido una gran amiga y guía en este viaje, quien nos regala este espacio en Brújula Intersexual, en el cual podemos conocer más experiencias y personas con las cuales podemos llegar a identificarnos, lo cual nos ayuda a entendernos y conocer más de nosotras mismas. Hace poco asistí a una reunión de personas intersexuales en la Ciudad de México, para mí fue una experiencia muy grata el poder platicar y conocer a grandiosas personas que nos regalan sus conocimientos, anécdotas y experiencias personales. Esas charlas que tuvimos quedarán gravadas en mi memoria.
Para mí es muy importante la labor que llevan a cabo las organizaciones dirigidas por personas intersexuales, gracias a estas organizaciones pude encontrar apoyo de personas que pasaron por situaciones similares a la mía. Y quisiera mencionar que la labor principal que desempeñan es visibilizar el daño que ocasionan las cirugías realizadas a algunas personas intersexuales en la búsqueda de la normalización, que pueden generar problemas de salud física y mental y son, en su mayoría, médicamente innecesarias y meramente estéticas. Si bien yo no viví esos procedimientos, si me parece adecuado mencionar que el impedir que se realicen esas cirugías innecesarias y no consensuales, es la lucha más importante que enfrenta la comunidad intersexual.