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La niñez que nos arrebataron
Por Katia Marlene Is, activista disca-intersexual
Ilusiones convertidas en horrores, risas en llantos y tristeza, juegos en retos de recuperación, preguntas sin respuestas, sueños convertidos en indescriptibles y constantes pesadillas.
Un resplandeciente arcoíris de felicidad desdibujado y salpicado con tintes de color rojo de nuestra sangre derramada, de color gris de angustia y confusión, y de color negro por aquel futuro incierto.
Nuestros cuerpos quedaron con secuelas físicas de múltiples cirugías innecesarias, dependencia farmacológica, además de secuelas psicológicas difíciles de sanar.
Días despejados de cielo azul, prematuramente se vieron obstruidos con nubes oscuras de tormentas, y con ellas llegaron desafíos inexplicables.
Coloridos juguetes y juegos en el parque fueron sustituidos por estudios de laboratorio, quirófanos, curaciones, salas de recuperación y terapia intensiva.
Caramelos y chocolates fueron cambiados por lágrimas saladas, líquidos marcadores nauseabundos, amargos medicamentos y soluciones intravenosas.
Vacaciones con divertidos paseos, fueron en realidad paseos al hospital para alguna cirugía.
Nuestros cuerpos sanos, fueron modificados hasta llevarnos a tener graves problemas de salud.
Madres y padres que fueron cómplices de una sociedad que toma decisiones basándose en ideologías binaristas normalizadoras.
Médicos cirujanos cretinos que alteran nuestra salud física y mental con el pretexto de que no somos “normales”. Nos convencen de que somos personas enfermas, que nacimos incompletas, nos obligan con sus bisturís a acercarnos a su idea de “normalidad”.
Quienes hemos sufrido mutilación genital en la infancia, desde nuestros primeros años de vida despertamos a la conciencia de lo cruel que puede ser la vida, nadamos contracorriente entre un caudal de confusiones, sin nadie alrededor que nos explique con claridad el porqué de tanto sufrimiento dentro de un hospital, donde se nos trata como un producto industrializado que debe ser modificado para que no sea desechado.
Algunas de las experiencias más comunes que atravesamos fueron horas, días y semanas en el hospital, donde nuestras compañeras eran la sosóbra, la incertidumbre y la pesadumbre, además de la sensación de abandono, pensando que jamás regresaríamos a casa.
En la edad adulta frecuentemente cargamos un saco que pesa toneladas, repleto de recuerdos amargos y desagradables, que son muy difíciles de dejar atrás. Además de cicatrices y dolores que como tatuajes tendrán que permanecer irreversíbleménte a lo largo de nuestra vida.
Este mensaje es una atenta y urgente llamada de atención para que madres y padres o familiares cercanos de bebés o infancias intersexuales, personal médico o sociedad en general, tomen consciencia de que la intersexualidad NO es una enfermedad y nuestros cuerpos no deberían ser modificados innecesariamente sin nuestro consentimiento. Se debe garantizar el derecho de toda persona a decidir sobre su propio cuerpo.
Hola Katia. De nuevo leo conmovido un texto tuyo. Tus reflexiones son precisas y me despiertan intensa ternura. Por cierto que siento y comprendo el recorrido vital que referís. Me surge un sentimiento de amor y bronca muy fuerte. Me duele tu dolor y el de muchas personas que han sufrido el maltrato sádico del modelo médico hegemónico en una sociedad que funciona como «lecho de procusto» en demasiados aspectos. No acepto que la calidad humana de nadie sea definida según lo que tenga entre las piernas ni cómo sea que lo tenga. La sacralidad del cuerpo todo y su potencial erótico es lo más bello y gozoso que trasciende todo «deber ser». Obvio que no minimizo el sufrimiento de «allá, entonces y con otros». Pero creo que siempre es posible un «acá, ahora y conmigo» en cierto modo reparador. Los dolores «tatuados», como vos bien decís, y no sólo físicos, claro, sino y sobre todo las marcas invisibles (las vivencias «arrebatadas»), pueden también ser resignificados en el Encuentro-Con. Me refiero al Amor, así con mayúscula, sin adjetivos y para nada abstracto. El encuentro con quien sea capaz y digno de amar y redescubrir hasta en cada cicatriz el valor, la nobleza y el goce que alguna vez creímos perdido. La caricia, el abrazo y todas las formas de jugar y sentir la maravilla de ser, tienen al menos dos resultados luminosos: el renacer del amor por nosotros mismos; y la reparación de la historia, no sólo la del pasado, pongo énfasis en la reparación de la historia futura.
Gracias Katia, un beso. Raúl Eduardo Toer Martorell, Buenos Aires, Argentina.
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