Andrea, mi vida intersex

Andrea, mi vida intersex

* Esta historia fue compartida exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarla en otro lugar, por favor escríbenos para pedir autorización al autor: brujulaintersexual@gmail.com

ANDREA
Fotografía: Andrea

Soy Andrea, tengo 59 años y soy una persona intersex. En el año que nací, 1960, no había mucha información al respecto de niños nacidos con diferencias genitales o genitales ambiguos. Mi abuela paterna, cruel conmigo, me dijo alguna vez cuando era pequeño, y con cara de asco: -cuando naciste nos dijeron que eras una niña, y naciste tú-; en cambio mi tía E., la única hermana de mi mamá, me dijo: -no hijito, no le haga caso, usted nació muy hinchado y por eso no sabían si era niño o niña-.

Lo que supe desde siempre, es que tuve cirugías desde bebé ¿por qué? Lo escuché de mi pediatra en algunas ocasiones, quien recuerdo que se dirigía siempre a mis padres y nunca a mí, también lo hicieron otros médicos, aun siendo adulto, nunca me hablaban directamente a mí.

En el periodo entre el kínder y la primaria, hubo varias cirugías; algunas veces, y oportunamente, se realizaban durante mis vacaciones escolares. Mis hermanos a veces se hartaban de tener a un hermano que requería tanta atención, pero entre mi mamá y mi nana, siempre estuve atendido. Había un pero: no se podía hablar fuera de mi casa de mi condición, era un secreto al que yo mismo no tenía acceso, pero sabía que era un niño diferente, porque así me habían nombrado, como niño, aunque mi cuerpo no respondía así, era muy andrógino, muy afeminado (odio esta palabra) y, por lo mismo, era una persona un poco solitaria.

Leía mucho, porque mi madre era muy buena lectora y fue lo que nos inculcó a sus hijos. Había una enciclopedia que me gustaba leer, y en la parte de los mitos griegos, jugaba a representar a todos los personajes, hombres y mujeres, creo que esto definió mi vocación, hago teatro. Cuando mis hermanos me descubrían representando algún personaje femenino, me regañaban y decían groserías.

Entré tarde a la secundaria, el año escolar ya había empezado  y venía de alguna cirugía; la mayoría de mis compañeros se conocían desde niños, porque también estudiaron la primaria en la misma escuela privada. Me odiaron desde el principio, era muy delicado, debía tener muchos cuidados al estarme recuperando de la cirugía, y como destacaba en algunas materias, me hicieron la vida imposible: desde pegarme un chicle en el cabello, aventarme cosas y decirme maricón, vieja, puto, joto, etc., niños y niñas me molestaban por igual. Todos estaban comandados por una niña, Isabel, cómo olvidar el nombre… hasta que un día, y no recuerdo por qué pasó, empezaron a pegarme bajo las órdenes de la tal Isabel, y al intentar defenderme y taparme la cara, accidentalmente le pegué a Isabel y me acusaron en la dirección: -cómo me atreví a pegarle a una niña-, -qué poco hombre era-, etc. Y me enviaron a la dirección  con amenaza de expulsión: para mí era el cielo, pero le hablaron a mi mamá, le explicaron la situación y mi mamá dijo que entendía, pero antes quería hablar a solas conmigo. Le conté todo y me dijo que si me quería ir, estaba bien. Llamó a la directora y le pidió que le devolviera el dinero de las colegiaturas y que los iba a denunciar en la SEP, en eso entró una maestra que me apreciaba y contó la verdad de lo que había pasado, así que obligaron a pedirme disculpas al grupo, castigaron a algunos y me quedé en la escuela, porque no quería perder el año escolar. Para castigarme, mis compañeros me hicieron la ley del hielo, nadie me hablaba e indirectamente me hacían cosas, que yo ignoraba, pero esperaba la hora de la salida para irme corriendo a mi casa, quitarme el uniforme e irme a la antigua Cineteca Nacional, que estaba muy cerca de mi casa y fue una verdadera escuela para mí. Para el segundo año, ya me empezaron a hablar, me hice de dos amigas y un amigo, al que repentinamente sacaron de la escuela, cuando lo vieron conmigo y lo metieron a un colegio militar… Al salir de la secundaria, quemé los uniformes, con gran alegría de mi parte y un gran regaño de mi mamá.

Ir al baño siempre fue un problema, y parte del secretismo: orino sentado porque nací con una hipospadia, es decir, el orificio de la uretra no se encontraba en la punta del pene, sino en la base, mediante las cirugías trataron de que orinara por la punta, pero nunca lo lograron. Así, me era complicado ir al baño en la escuela, solo iba si no había nadie, o me aguantaba hasta llegar a mi casa.

Nunca me sentí un niño, tampoco una niña. Siempre me sentí diferente a los demás.

Nunca supe si en medio de algunas cirugías, me quitaron uno de mis testículos que no bajó, pero sé que el otro no descendió y lo dejaron, y a los 19 años, detectaron que tenía cáncer (en casos como el mío la incidencia de cáncer es de 10 a 15% – similar a la incidencia de cáncer de mama), así que me realizaron una cirugía de emergencia y lo quitaron.

La mayoría de las cirugías que me realizaron fueron para hacer que mi pequeño pene tuviera un mayor tamaño y para que lograra orinar por la punta, también me hicieron una cirugía en la que colocaron una prótesis de un solo testículo (¿por qué uno sólo?, no lo sé hasta ahora) y siempre me prometieron que sería un niño normal: uno de los médicos se tomó la molestia de decirme directamente que no podría tener hijos, cuando lo que me importaba era saber que tenía y por qué me hacían sufrir tanto con tantos estudios y cirugías. Todas las cirugías, y los cuidados posteriores, siempre fueron muy dolorosos. Tengo muchas cicatrices físicas y emocionales.

Conocí montones de hospitales, y a la hora de la revisión médica, se juntaban los médicos, las enfermeras y los pasantes o estudiantes de medicina alrededor mío; yo cerraba los ojos, odiándolos y soñaba que, en un descuido de la enfermera, le quitaba tijeras o bisturí y se los clavaba a todos por hacerme sufrir, por el dolor físico y la humillación de exponer mis genitales ante todas esas personas.

En una ocasión, recuerdo que mi médico me dijo que me iba a tomar unas fotos, así que me arreglé el cabello y comenzaba a sonreír, cuando me dijo que no, que era para un estudio y memoria clínica o algo así, y eran fotos de mis genitales; me enojé, grité y lloré, pero me tomaron las fotos. Con el tiempo empecé a rebelarme y a no querer más cirugías, a no ir al doctor, así que mi papá se enojaba y me gritaba y mi mamá con voz suave decía y repetía, es por tu bien.

Cuando entré a la adolescencia, un poco tardía, debido a los encierros y cuidados, era muy inocente, no sabía mucho de sexualidad en la vida real, aunque lo hubiera leído y visto en el cine. En esa época, poco antes de que me detectaran cáncer, un tío abusó de mí; él sabía mi problemática (era el esposo de mi tía E.), además, estaba enfermo y se estaba muriendo. Murió un mes después del abuso.

En la adolescencia, también noté que me empezaban a gustar los jóvenes de mi edad y alguno que otro adulto. Me enamoraba platónicamente de todos, pero siempre tuve miedo al rechazo, a la decepción por mi aspecto, lo cual sí viví: caras de asco, rechazo violento, rechazo con suavidad pero tajante; o chavos a los que les gustaba, pero creían que era una chava, y al darse cuenta que era hombre, me rechazaban de peor forma. De alguna manera, el cáncer fue un pretexto para explicar, como si tuviera que hacerlo, el aspecto de mis genitales.

Sólo hubo tres hombres qué si me quisieron, y a los que no tuve que explicar muchas cosas que ni yo conocía, ni entendía bien.

La última cirugía fue como a los 24 años, mis amigos de toda la vida decían que mi mamá y yo no nos poníamos de acuerdo de que me habían operado: unas veces era un tumor debajo del estómago, algo en el abdomen, historias vagas, pero en realidad, todo eso era mentira, siempre mentíamos y guardábamos silencio sobre la verdad. Esta última operación fue estética, cosa que nunca entendí, porque no hubo mayor cambio que un pene un poquito más grande y que el doctor me dijera, ahora sí a mi directamente, qué si me acostaba con una mujer, ella tendría que estar encima de mí, por el tamaño de mi pene. Yo que nunca había pensado en eso, nunca… no me interesaban las mujeres.

Nunca me he visto como mujer o como hombre, soy muy andrógino, y empecé a disfrutar jugar con los dos roles; mi debut en una obra de teatro fue como un onnagata (en Japón, es un hombre joven que realiza papeles de doncellas o mujeres jóvenes).

Descubrí mi vocación y mi profesión; he realizado muchos papeles de mujer no convencional, de travesti, etc. Y han sido muy buenos momentos, pero toda mi vida se fue siempre en pensar que era yo, si era el único del mundo (el doctor decía que no); lo que me prometieron de ser un niño normal, fue una mentira siempre; en una época me inyectaron testosterona (irónicamente mi papá me compró unos guantes de box y una pera que nunca usé). La testosterona me ponía como cabra loca sin control, con mucha rabia y coraje; también me hicieron tratamiento de radioterapia después del cáncer, que fue horrible: piel quemada, se me cayó el cabello que lo tenía muy largo, las pestañas y las cejas, vomitaba hasta la conciencia, me daban migrañas y no soportaba la luz. La dulce doctora ya mayor que me aplicaba las radios me tenía mucha compasión, me daba dulces y trataba con cariño, pero eso no compensaba las caras de compasión en la sala de espera, porque era el único joven en ese hospital, ni las atenciones en mi casa, que se paralizaba hasta que me sentía mejor. Me dolió perder el semestre en la prepa, pero no volví hasta después de 3 o 4 meses.

Después de la última cirugía que me realizaron a los 24 años, me negué rotundamente a otra que el doctor decía que era para ya ser normal, y que coincidió con una de las bancarrotas de mi papá por sus negocios.

Nunca quise regresar con el doctor, ni a ninguno que tuviera que ver con esto.  Al final esto fue un error, hoy lo sé, porque tenía que tener un soporte hormonal, por tantas operaciones y mutilaciones, que actualmente me provocan problemas.

Siempre viví con mis padres: por el chantaje de que no estaba bien, de que requería cuidados, nunca me dejaron independizarme, y yo me dejé, acostumbrado a los cuidados, aunque tenía mi propia vida.

Nunca he dejado de pensar el por qué de tanto sufrimiento, tanta sangre derramada (como dice un poema), tanto dolor, tantas mentiras y tanto silencio. Fui con psiquiatras, terapeutas, psicólogos, me empastillaron y todo, pero nunca fui capaz de hablar directamente de mi situación, salvo con un psiquiatra del ejército mexicano al que me enviaron porque no hice el servicio militar, y ya no me daban permisos para sacar el pasaporte; él fue compasivo conmigo, me decía hijo… de repente lo dejé de ver porque lo mandaron a una misión de auxilio en Centroamérica. Me eximió de hacer el servicio militar, con una  nota que me daba de baja diciendo: trastorno de identidad sexual, no compatible con el ejército mexicano. Me sentí humillado y liberado a la vez, porque nunca me imaginé estar en ese medio.

Nadie nunca me habló de cómo podía ejercer mi sexualidad, ni mis padres, ni los médicos, ni nadie, descubrí cosas en el camino con mucho trabajo y siempre sintiéndome infeliz. En los diarios que he escrito toda la vida, siempre escribí que odiaba mi cuerpo, en todos.

Después de la muerte de mi madre, trabajaba y cuidaba a mi papá, un hombre anciano de 92 años y  que necesitaba muchos cuidados; teníamos una cuidadora, pero en las noches, después de trabajar, lo cuidaba yo; en el 2017 el año de su muerte, una noche tenía que administrarle un medicamento en la madrugada y en vez de acostarme, esperé a dárselo viendo la televisión, mientras daba la hora; cambiando de canales, encontré un documental de National Geographic, donde hablaban de niños y niñas como yo, de jóvenes como yo, de adultos como yo. Me quedé en shock… No recuerdo todo, pero lloré y lloré y lloré…

Me preguntaba porque tanta mentira y silencio, y odiaba más mi vida. Del documental recuerdo especialmente a unos padres muy conmovidos que estaban de acuerdo en no realizarle ninguna cirugía a su criatura, hasta que llegara a prepubertad y decidiera que quería ser. En ese momento era una niña. Pensé que no había necesidad de cirugías para asignar un sexo, los niños y niñas pueden tener muchos tipos de cuerpos, y está bien.

Ya no pude dormir, quería saber más sobre mi pasado y las cirugías, pero mi papá ya no recordaba muchas cosas mías, y comencé frenéticamente a buscar ayuda; un psiquiatra amigo, me recomendó a mi terapeuta, con la que estoy desde hace tres años descifrando mi rompecabezas y tratando de quitarme y limpiar todo mi dolor.

Una vez hablé con mi hermano mayor y resultó que él sabía muchas cosas, pero nunca me las contó, y eso que somos muy cercanos.  Me dijo: -cuando naciste no había información, seguramente ni para tu pediatra, y te tocó un de tin marin de do pingüe, para nombrarte niño. Me bautizaron y registraron 10 meses después de mi nacimiento, con el pretexto de hacerlo en la casa de mi abuelita materna; pero creo que fue por las cirugías que me hicieron al nacer y para tener cierta seguridad, supongo, de cuál era mi identidad. Y ponerme tres nombres para asegurar mi masculinidad.

Mi situación causó mucho sufrimiento a mi familia, a mis hermanos les molestaba que me cuidaran tanto o tener que hacerlo ellos, pero salvo en ocasiones de pleito familiar, me insultaron dos de ellos, con lo clásico, que no voy a repetir porque es doloroso. También mi papá, una vez, me reclamó su fortuna perdida por culpa de tantas cirugías que me realizaron y que tuvo que pagar (que no era cierto, fue por sus malos negocios), fue lo peor y lo odié, y mi mamá se enojó tanto que le dio una bofetada y se dijeron cosas terribles, hasta que intervinieron mis hermanos. Pero todo sufrimiento causado a los demás, nunca se comparó al infierno que viví y vivo todavía. Nunca.

Actualmente no tengo pareja y estoy tratando de resolver mi vida, tratando de entender. Soy damnificado del terremoto del 2017: Este año (2020) empezaron apenas a arreglar el edificio donde vivía, por ahora vivo con una amiga y tampoco tengo trabajo por la pandemia.

Gracias a una red social, conocí Brújula Intersexual, que me reveló muchas cosas, he leído muchos testimonios de gente con la que me identifico, historias iguales a la mía: no soy el único raro en este mundo. ¡Por fin! Me ha ayudado a armar parte de mi rompecabezas, he indagado con algunos de mis familiares más cercanos que sabían cosas, pero no las hablaban por la ley del silencio y el secretismo. Solo me faltan entrevistar a una tía y a un tío. Mis padres, mi hermano mayor, mi tía E., mi abuelita materna, otra tía favorita, ya murieron, y a mi nana no la volví a ver, así que no tengo muchos testigos. No me siento feliz ni liberado, pero es un camino largo, a ver si llego a algún lado.

En lo que pienso ahora, es en los derechos de los niños de hoy, que no los sometan a los horrores por los que hemos pasado mucho de nosotros, tenemos que defenderles.

Trato de reconocerme, sin avergonzarme, después de 56 años de silencio.

Gracias a Laura Inter, por ayudarme, escucharme y contactarme con otras personas. Por entender, plenamente lo que dice Miguel Ríos en una canción: no estás solo, alguien te ama en la ciudad. Y con la pequeña ayuda de mis hermanos de vida y algunos familiares.

Sigo sin identificarme ni como niño ni como niña, solo soy yo, una persona andrógina, probablemente con el síndrome de insensibilidad a los andrógenos parcial, o algo así, lo que solo podré saber con seguridad haciéndome el estudio del cariotipo, y otros más. Juego con los dos roles, niño y niña, antes me afectaba que me confundieran con una mujer, pero ahora no, me divierto, aunque a veces me insultan por sus prejuicios acerca de mi apariencia. El pensamiento binario de que solo se puede ser un hombre o mujer típicos, no tiene hora de cambiar todavía. Admiro a los jóvenes de hoy que se atreven a más, y pelean por su derecho a ser y a estar tal cual son.

Soy Andrea (en italiano es nombre de hombre y en español, de mujer); así me llamaba en una obra de teatro interpretando a un travesti, y en donde me preguntaba cantando, si estaba triste. Lo estoy, pero escribir me ayuda a entender. Gracias a Laura Inter  por escucharme, apoyarme sin conocerme físicamente y por animarme a escribir este testimonio.

Gracias Laura Inter, gracias Brújula Intersexual.

ANDREA

3 de agosto del 2020, CDMX.

Un comentario

  1. Queridx Andrea, te leo y siento en mi cuerpo cómo brotan emociones contrapuestas. Siento rabia e impotencia, por la violencia y la injusticia, por la dificultad de comunicación, por los miedos proyectados de nuestros seres allegados y por la mirada con que a través de ellos nos juzga el mundo, no incapaz sino reacio a revisar y dinamitar aquello que nos lastima.

    Recuerdo cuando te conocí en aquella conferencia. Sentía tanta inseguridad porque muchas personas se habían aprovechado de mi apertura de corazón para enunciarse intersex no desde una experiencia de vida sino desde una comprensión válida de su identidad pero irrespetuosa de la constante que habita en nuestra carne marcada por el acero quirúrgico y el rechazo a lo que se percibe como una ambigüedad corporal inaceptable desde el principio de nuestras vidas. Lamento mucho no haber podido abrirte mi corazón a ti, que eras más merecedor de ello que quienes te precedieron. Pero aquella vez dije algo que creo que te causó curiosidad, por decir lo menos: dije que la intersexualidad no existía, y al terminar la conferencia expresaste tu sorpresa. No, claro que la intersexualidad existe, solo que no de la manera en que todos los demás quieren explicarla. Porque todo mundo se abroga el derecho de decir qué somos y qué no somos, de decidir por nosotrxs, de alterar irreversiblemente nuestros cuerpos y de inducir un trauma que nos mutila en nuestros vínculos con el mundo y con nosotrxs mismxs con respecto a nuestros cuerpos, tanto como sus escalpelos nos mutilan la carne. En ese sentido, la intersexualidad existe en nuestros cuerpos y no la abandona porque el mundo se encarga de reafirmarla a través de todas las violencias invisibles y las injusticias cotidianas que pasan desapercibidas, por las cuales las personas que las perpetran son exoneradas bajo argumentos como “así es la vida, supéralo”. Entonces, ¿por qué no pueden superar nuestros cuerpos? ¿Por qué su fijación en exhibirnos como anomalías?

    Te abrazo muy fuerte, queridx Andrea. Tu experiencia me llega y me siento reflejada en ella, por tantas cosas que no puedo decirte por este medio. Pero quiero que sepas que eres una criatura hermosa, que eres un ser maravilloso, que un día el mundo tendrá que dejar de fingir que no existimos, y encarar la única opción viable: intervenirse a si mismo, nunca más a nuestros cuerpos.

    Te abrazo fuerte.

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