Mi cuerpo intersexual, mis pechos y yo. Por Arisleyda Dilone

Mi cuerpo intersexual, mis pechos y yo

Por Arisleyda Dilone

Traducción: Laura Inder del texto “Growing Up Intersex, All I Wanted Were Breasts — But I Don’t Know If I Want Them Anymore” de Arisleyda Dilone

Fuente: https://www.buzzfeed.com/arisleydadilone/my-intersex-body-my-breasts-and-me

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Anna Salmi para BuzzFeed News

Al crecer siendo intersexual, todo lo que quería era tener pechos – Pero ahora, no se si los sigo queriendo

Al crecer, estaba obsesionada con los pechos que nunca desarrollé. Después de ponerme implantes hace más de una década, ahora estoy decidiendo si me los quito o no – y estoy explorando mi relación con el género, con mi cuerpo, y con la mujer en mi ultra femenina familia dominicana.

Cuando era una pequeña niña, una de mis hermanas mayores comenzó con su periodo menstrual. Nana tenía 11 años, alrededor de un año mayor que yo. Cuando Nana y nuestra otra hermana, Rosa, se encerraban en el baño, yo golpeaba la puerta demandando saber lo que estaba sucediendo. Rosa abría la puerta y orgullosamente anunciaba: “Ahora Nana es una mujer”. Me enseñó la ropa interior y el baño olía algo mal. Pensé que toda esa situación era repugnante y me alejé sacudiendo mi cabeza, y diciéndome a mí misma: Eso definitivamente no me sucederá a mí. Y nunca me sucedió.

***

No fue hasta el primer año de la secundaria, que se hizo claro que los indicadores biológicos del desarrollo femenino, me habían eludido por completo. Ninguna de mis compañeras parecía darse cuenta, o importarle, si tenía pechos o no. Para ellas, era una persona extrovertida, bobalicona, franca, y que amaba el basketball. Pero para mi familia, era una solitaria, una “Marimacha” con un fuerte amor por Los Simpson y por los deportes.

Cuando era adolescente, mi rol de género tenía muy poco que ver con mi cuerpo intersexual – estaba más ligado a mi situación general, así como a mi relación con mi familia y sus expectativas sobre de mí. Algunas veces (aunque casi nunca), felizmente usaba un vestido con volantes, zapatos brillantes y alaciaba mi cabello. La feminidad y sus adornos, siempre fueron simplemente una opción para mí, algo que hacía solo cuando quería. En general, a su manera, mi familia aceptaba mi individualidad – todo mundo en mi familia es un personaje por su propio derecho. Pero un rasgo en particular era el pináculo de la feminidad y, por tanto, no era negociable: los pechos.

Creciendo en Long Island, estábamos mis dos hermanas mayores, una hermana menor, y dos hermanos menores. Soy la tercera de seis hijos. Nuestra madre trabajaba muchas horas y nuestro padre entraba y salía de nuestras vidas. Vivir de un día de pago a otro, significa que a menos que fuera una emergencia, mi madre no tenía tiempo libre para ir a visitas médicas. En mi primer año de secundaria, mi hermana mayor, Rosa, se había unido a la marina, y estaba viviendo en Japón. Ella era como una segunda madre para mis otros cuatro hermanos y para mí – y fue la que me compró mis primeros pechos falsos.

Un día Rosa llamó desde la base y tuvimos una conversación acerca de mi cuerpo. Tenía 17 años de edad y aún no desarrollaba pechos, ni había comenzado mi ciclo menstrual. Rosa pidió hablar con mamá: “Mami, usted tiene que llevar a Aris al doctor. Esto no está bien”, le dijo severamente. Un par de meses después, mi mamá y yo fuimos al ginecólogo. El doctor concluyó que mi retraso en la pubertad, pudiera ser hereditario – después de todo, mi madre no tuvo su periodo menstrual hasta que tenía 18 años. Nos aconsejó esperar otro año.

La menstruación de mi madre fue un gran punto de cambio en su vida. Mis padres y yo, somos de un pequeño pueblo en República Dominicana: electricidad esporádica, colinas verdes, valles secos, caminos de terracería, y una población de un par de cientos de personas. Mamá y papá se conocieron cuando eran adolescentes, mientras recogían agua de un pozo. A pesar de que querían huir tan pronto como fuera posible (es decir, casarse), esperaron hasta que mi madre se convirtió en mujer (es decir, comenzó con su ciclo menstrual). Justo después de que mi madre cumplió 18 años, comenzó su periodo menstrual, y aunque aún existían algunas objeciones de los miembros de la familia, ella y papá finalmente se fugaron.

Aunque la menstruación es claramente esencial para la procreación, los pechos grandes no lo son – y aun así representan un ideal femenino en mi familia. Al crecer, parecía que de lo único que podían hablar todas las mujeres de mi familia, era del tamaño de sus pechos. Su obsesión, hizo que quisiera tener pechos, de la misma manera que otrxs chicxs pudieran desear el carro o el bolso más grande.

Pero rápidamente, se hizo evidente para mí que esa obsesión con los pechos, iba más allá de mi familia dominicana-americana. Recuerdo haber visto la serie de televisión “Casado con hijos” y aprender sobre todos los diferentes eufemismos americanos para los pechos: tetas, bolsas para la diversión, bazucas, teclas, torpedos, guzongas… Parecía ser universal: Todos estamos obsesionados con los pechos, pensé para mí. Así que consideré que mi obsesión era completamente normal.

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Rosa con Ivan, y Arisleyda (derecha). Cortesía de Arisleyda Dilone.

Después de esperar otro año para ver si comenzaba con la menstruación, no sucedió nada, así que tuve una visita de seguimiento con una ginecóloga. Esta vez la doctora dijo que algo estaba mal con mis ovarios. Recomendó un endocrinólogo en la Universidad Stony Brook.

Cuando era niña, las citas con el doctor, significaban un tiempo a solas con mi madre. En ese momento en particular, ella era la única responsable del cuidado de seis niños, trabajaba 16 horas al día, tenía una hipoteca que pagar y apenas lograba hacerlo. Así que durante estas citas, yo estaba feliz de disfrutar de la atención de mi madre.

Mi madre, una persona muy orgullosa, siempre había sido buena escondiendo ciertas cosas de todo el mundo. Sentadas en el asiento trasero, mirando por la ventana, nuestros estados de ánimo no podrían ser más diferentes. Podía sentir como mi madre suprimía su preocupación y miedo más que de costumbre, mientras yo me sentía emocionada. Parecía como si algo grande estuviera sucediendo, más grande que la existencia mundana del día a día en la escuela secundaria.

Aunque nada había sido confirmado ese día, el simplemente pensar en más visitas al doctor, más atención, más descubrimientos, era la confirmación suficiente de que yo era diferente. Era diferente de mis tres hermanas. Era diferente de todas las mujeres en mi familia. Era especial.

En el año 2000, comencé a ver a un endocrinólogo en Long Island. Después de un par de visitas, un análisis cromosómico reveló que había nacido con cromosomas masculinos: el diagnóstico exacto fue 46,XY con disgenesia gonadal. Después de muchas más visitas, se hizo claro que los doctores no sabían lo que sucedía dentro de mí. Prueba tras prueba, el funcionamiento interno de mi cuerpo los eludía. Cuando el endocrinólogo me preguntó si quería que me pusieran en un tratamiento de hormonas femeninas, que estimularía la menstruación así como el crecimiento de los pechos, dije que sí – vamos a seguir con esto. Estaba ansiosa por finalmente convertirme en una “mujer” y terminar con todo esto.

***

Durante el primer año de secundaria, después de comenzar a tomar hormonas, constantemente iba al baño a ver si estaba sangrando. Pero más que nada, quería mis pechos. Sentía dolor alrededor de mis pezones, pero mis pechos no crecían.

Después de un año con estrógenos y progesterona, mi cuerpo no respondía como se esperaba. Aparte de algunos cambios menores, como la producción de más fluidos vaginales, mi cuerpo era el mismo. Sin menstruación, sin pechos.

Aunque mi cuerpo no había cambiado drásticamente, mi estado emocional si lo había hecho. Por primera vez, experimenté una tristeza profunda y confusa. Pero claramente, había varios factores que contribuían a esto, no solo la terapia de reemplazo hormonal: Era el último año de la escuela secundaria; había recibido casi solo cartas de rechazo de las universidades; mi carrera en el basketball, a la que había dedicado toda mi juventud, estaba terminada; y estaba preocupada de no tener como pagar por la universidad. Al atravesar todo esto, me sentía muy sola. Mi cuerpo me retrasaba – era un asunto médico fuera de mi control. Mi cuerpo pertenecía a los expertos, y con la medicina adecuada, todo se resolvería después. Denme una pastilla y sigamos adelante. Mi preocupación era conseguir una educación superior.

Una vez que fui admitida en la universidad, hice todo lo que fue necesario para quedarme ahí. Pedí préstamos estudiantiles y trabajé en la escuela. Entonces, durante el segundo semestre del primer año, conocí a Tommy.

Tommy y yo estuvimos juntos durante los cuatro años de la universidad; nuestra relación rápidamente se hizo seria. De hecho, se hizo tan seria, que durante mi segundo año él me ayudó a pedir un préstamo estudiantil. Su límite de crédito era mejor que el mío.

Le dije a Tommy que no podía tener hijos y que nunca había menstruado. Después de todo, estábamos en la universidad, y no estábamos planeando casarnos pronto. En ese entonces, siempre había hablado abiertamente acerca de mi cuerpo con la mayoría de las personas, porque eso no me quitaba mi capacidad de ser deseada por los demás.

Tommy estaba estudiando psicología, así que pasábamos largas horas en su dormitorio, hablando de mi cuerpo y mi configuración cromosómica, y del hecho de que nunca había tenido un periodo menstrual. En una de nuestras muchas conversaciones, Tommy fue la primera persona que me dijo en voz alta: “Eres hermafrodita”. Mi respuesta inmediata fue un vacilante y combativo “no… pero ¿quizá?”

También teníamos largas pláticas acerca de donde residía mi feminidad. Él pensaba que mi cara era muy femenina, la manera en la que me movía, mis gestos, mis manos, mis muslos… ninguna de nuestras conversaciones parecía ser en torno al tamaño de mis pechos. Esto era reconfortante. Sin embargo, por muchos meses durante nuestra relación, oculté el hecho de que no los había desarrollado.

En la universidad, exploré mi identidad femenina lejos de los estrictos constructos de mi familia y sus imposiciones. Iría a los extremos: vestirme en colores y estilos hiperfemeninos. Pelo lacio con ropa color rosa. En algún momento tuve un par de botines rosados. Sin embargo, desnuda y sola, todavía anhelaba los pechos que me faltaban.

Tanto Tommy como yo éramos vírgenes, así que el sexo no era fácil para ninguno de nosotros, y fue algo que no sucedió por un tiempo. Varios meses después, dentro de nuestra relación, aún no era capaz de quitarme mi camiseta, ni de dejarlo tocar mi pecho. Incluso aunque él sabía que mi cuerpo era intersexual, tenía la impresión de que había desarrollado pechos. Aún no le había dicho lo contrario. Una noche, me preguntó el porqué de mi resistencia y me negué a decirle. Nos quedamos despiertos hasta las 5 de la mañana, discutiendo acerca de la confianza, poder, mecanismos de defensa y sobre mi cuerpo. Comenzó un juego de adivinanzas: ¿Estuviste en un incendio y tienes horribles cicatrices? ¿Será que uno es más pequeño que el otro? ¿Tuviste cáncer de mama?

Finalmente, me quebranté y escribí en un pezado de papel: “Nunca me crecieron los pechos”. Doblé el papel y se lo entregué, luego le di la espalda y comencé a llorar. Unos segundos después, todo esto me parecía tan tonto. El siguiente fin de semana me quité la camiseta por primera vez. Y el sexo parecía mucho más fácil. Después de un par de meses, él me dijo que mi cuerpo estaba afectando su propia claridad acerca de su sexualidad.

Me animó a ponerme implantes de pechos.

***

En el primer año de universidad, el endocrinólogo también sugirió que me pusiera implantes, debido a que no creía que las hormonas me pudieran ayudar a que me crecieran pechos. Me sentía en conflicto. Lo que realmente quería eran unos pechos naturales, producidos por mi propio cuerpo. Después de todo, ¿No serían los implantes tan falsos como los rellenos de sostén que había usado durante los últimos cuatro años? Quería ser libre. No tener que usar nada. (Algunas veces, cuando era niña, caminaba sin camiseta. Pensaba que si no tenía pechos, ¿Cuál era el problema? Bueno, eso no le parecía adecuado a muchas personas en mi familia).

¿Me sentiría cómoda con los implantes cuando estuviera sin sostén? ¿Podría ser esta otra forma de no sentirme como yo misma?

Después de algunas discusiones, decidí continuar con el procedimiento. El seguro de mi madre cubrió todos los costos. Elegí una cirujana plástica de mi ciudad natal. Tenía excelentes críticas, y su oficina siempre estaba llena de mujeres de clase media alta, quienes iban por todo tipo de tratamientos. La cirujana me recomendó usar silicona. “Se verán más naturales, y serán más agradables al tacto”, me dijo. “Tendrán una hermosa forma de gota”.

No quería que fueran demasiado grandes, simplemente que se ajustaran a mi cuerpo, algo como una copa B mediana, aunque consideré la copa C, debido a que parecía ser un tamaño codiciado entre mis hermanas y tías. “¿Estás segura de que no los quieres un poco más grandes?”, me dirían tratando de persuadirme de elegirlos un poco más grandes.

La cirugía tuvo lugar en mayo de 2004. Cuando desperté de la operación, mi pecho estaba hinchado y dolorido, pero mi emoción eclipsó cualquier dolor. Me alegré muchísimo de finalmente tener lo que había deseado durante tanto tiempo, incluso si no eran naturales. Cumplí 21 años ese verano, el cual pasé con Tommy visitando a mi familia en República Dominicana. Estaba entusiasmada. Me gustaba mostrar mi nuevo cuerpo, entrar en un nuevo nivel de exhibicionismo social.

Pero al mismo tiempo, aunque amaba mis nuevos pechos, rápidamente me di cuenta de que no me interesaba la atención que estaba recibiendo. Esas vacaciones no fueron tan agradables como pensé que iban a ser. Claramente, como una marimacho, mi relación con la cultura de género dominicana, había estado llena de conflictos. Antes de mi cirugía, los hombres y yo teníamos un pacto de dejarnos ser unos a otros. Pero ese verano, sentí que estaba siguiendo la corriente a las expectativas de género. Me vestí mostrando mis pechos, disfruté el escote: Hola, hola, este es mi escote, encantada de conocerte.

Obviamente, mi novio y yo peleamos durante todo el viaje. Todo lo que me importaba, era el hecho de que mi cuerpo finalmente se veía de la manera que mi familia lo había imaginado para mí – extrañamente, también era de la manera que yo lo había imaginado. Pero después de que bajó la hinchazón, también lo hizo mi ego.

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En República Dominicana después de la cirugía. Cortesía de Arisleyda Dilone.

Ya han pasado 13 años, y ocasionalmente mis implantes me causan dolor. Uno es más pequeño que el otro, y antes no era así. Tengo miedo de que la silicona esté goteando en mi cuerpo. Ahora estoy considerando si debería quitarlos o no.

Soy la primera en mi familia en someterse a un aumento de pechos, y parece que establecí una tendencia. Desde la mía, muchas mujeres en mi familia se han sometido a este tipo de cirugía. Nadie más en mi familia es intersexual. Pude haberles dado, a las mujeres de mi familia, el permiso tácito de convertirse en versiones idealizadas de la alta feminidad de las mujeres. Esta decisión es acerca de lo que me hace sentir más cómoda respecto a mi cuerpo, pero si me quito mis implantes, me pregunto si a la próxima generación de niñas en mi familia, le estaré dando un ejemplo de que los pechos no definen nuestra feminidad.

Me siento en conflicto, acerca de si me los quito completamente. He llegado a amar mis implantes. Ahora son una parte de mí. Miro hacia abajo, veo mis pechos y me gustan – pero aún así, son un objeto extraño de silicona. Cuando era más joven, solía tener sueños vívidos en los que tenía grandes pechos, luego despertaba y recordaba que no tenía nada. Me pregunto si ahora pasaré por esto a la inversa. ¿Será que experimentaré tener pechos fantasmas? He estado atrapada en esta discusión por años –  y aún me siento indecisa.

En 2015, terminé un pequeño documental: “Mami y Yo y Mi Gallito”, que gira en torno a la primera conversación que tuve con mi mamá acerca de mi cuerpo. Me tomó cinco años hacer que mi madre se sentara y me diera una entrevista. A través de la película, se hace muy claro que a ella no le preocupa la cámara, sin embargo, es un personaje muy femenino. Cuando abordo el tema de mis implantes, su reacción personifica su relación con mi cuerpo. Para ella, estos implantes me complementan, me ayudan a encajar y en mi camino al éxito económico.

Mi madre sigue siendo una fuerza en mi vida. Cada vez que la confronto, de muchas maneras vuelve a surgir mi lucha interna: ¿Para quién son estos implantes? ¿Estoy dispuesta a mantener en mi cuerpo algo que me puede causar daño?

También grabé conversaciones con mis hermanas, mis tías, y otros miembros de mi familia. A través de la documentación de estos diálogos, he llegado a disfrutar los diferentes niveles de hiperfeminidad que las mujeres en mi familia exudan con sus tacones altos, grandes pechos, y curvas. Y he llegado a abrazar su decisión de someterse a cirugía plástica – la autonomía corporal, también incluye el derecho a cambiar sus cuerpos en cualquier forma que quieran hacerlo.

Sin embargo, me gusta pensar que empujo los límites de la comunicación dentro de mi familia, en lo que respecta a nuestros cuerpos y las expectativas de otros. Todas estas conversaciones han ayudado. Aún me siento indecisa sobre mis implantes de pechos, pero a través de la realización de mi película, tengo un mejor entendimiento de la motivación de mi familia en relación a mi identidad.

Mi relación con mi madre, también ha cambiado desde que hice este cortometraje. Después del estreno, al que ella y todos en mi familia asistieron, ella se me acercó y me abrazó. “La próxima vez que vengas con tu cámara, no pienses que voy a ser la misma persona que fui en esa película – ya no”, dijo. “A partir de ahora, voy a ser mucho más abierta. Podemos hablar de lo que quieras”.

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