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“Pareces hombre”, “Parece que estoy besando a un hombre”, “Ningún hombre te va a querer”, “Mejor hubieras nacido hombre”. Estas y más frases me las decían de forma constante en mi adolescencia. Algunas venían de familiares, incluso de mi madre, otras de alguna pareja y otras más de conocidos.
Nací en la casa familiar, me asignaron niña y, en ese momento, nadie notó nada distinto en mi cuerpo. Los primeros años fueron como los de cualquier niña; comencé con mi periodo menstrual y todo parecía marchar acorde a lo esperado. Sin embargo, también desde temprana edad comencé a notar que me salía vello púbico y vello en los brazos y piernas; era la única niña en la escuela que tenía vello corporal. Con el tiempo, otras personas notaron que mi cuerpo no se estaba desarrollando conforme a la “feminidad” que la sociedad espera de una mujer: pechos, curvas, piel suave, poco o nada de vello corporal y facial, etc. Todo lo contrario: me salía vello facial y corporal, no me crecieron pechos, no tenía curvas y desarrollé musculatura en proporciones poco comunes en una mujer. Mi cuerpo no estaba cumpliendo con lo que “debería” ser un cuerpo femenino.
Al escuchar los comentarios que me hacían otras personas, yo me preguntaba: ¿qué tiene de malo “parecer” hombre?
Empecé a sentir que las características de mi cuerpo eran el problema, cuando en realidad no lo eran ni me causaban ningún problema de salud. Además, mi apariencia era algo en lo que yo no tenía ningún tipo de control. Ese señalamiento constante me hizo sentir que yo no debería existir con este cuerpo, que había algo que estaba mal en mí.
Al pasar los años, buscando respuestas en internet, encontré historias de vida de otras mujeres con características similares a las mías, en quienes me vi reflejada. Una de las primeras personas que contacté fue mi querida amiga Nowakii, a quien también le crecía una hermosa barba y la portaba con elegancia y dignidad. Cuando la conocí en persona noté que tenía seguridad en sí misma, vi cómo era su vida cotidiana, las miradas y palabras que enfrentaba de la gente, y la facilidad que tenía para navegar por la vida y atravesar estas situaciones con una tranquilidad que me parecía inalcanzable hasta ese momento.
Gracias a estas experiencias, sé que los cuerpos de las mujeres son más diversos de lo que la sociedad imagina, pero por lo general esta diversidad queda oculta porque muchas mujeres eliminan u ocultan ciertas características que la sociedad considera indeseables. También sé que la violencia surge porque la sociedad no sabe cómo lidiar con la diversidad corporal.
Hoy en día, la relación que tengo con mi cuerpo dejó de ser de rechazo; ahora me gusta mi cuerpo y me relaciono con él de una manera positiva. También aprendí a vivir mi día a día con tranquilidad, como alguna vez lo aprendí de mi amiga Nowakii.
