Aprendizaje intersex encarnado. Una autoficción de una travesía corporal en el aprendizaje permanente | Por Frida Flores

Este texto fue escrito como trabajo final para la asignatura de Aprendizaje Permanente de la Universidad de Calgary.

Se compartió exclusivamente con Brújula Intersexual, si quieres publicarlo en otro lugar, por favor escribe directamente a la autora al correo: contacto.brujulaintersexual@gmail.com

Aprendizaje intersex encarnado. Una autoficción de una travesía corporal en el aprendizaje permanente.

Por Frida Flores

Es abril de 2025, tengo 28 años –casi 29– y estás sentada frente a tu escritorio escribiendo lo que sería mi tarea final para una clase. Entonces, te dispones a reflexionar sobre tu travesía en el aprendizaje permanente a modo de autobiografía, ensayo personal o autoficción académica del cuerpo y de la memoria, como puedas y como te resulte en este proceso. Te propones enfocar tu proyecto en las últimas dos funciones del aprendizaje permanente según Aspin and Chapman: 1) la función educativa del conjunto de la experiencia de vida, y 2) la identificación de la educación con el conjunto de la vida (2007, p. 20). En tu artículo, decides dejar de lado tu travesía en los procesos educativos formales y te enfocas en reflejar tu aprendizaje experiencial y encarnado (Kawalilak & Groen, 2020, p. 75). Por lo tanto, más que un trabajo académico, preparas una narrativa de persistencia y resiiencia en la que “reconoces el cuerpo como un sitio de aprendizaje” (Kawalilak &Groen, 2020, p. 77), una reflexión en la que también exploras y construyes tu identidad como aprendiente en un mundo diverso y desigual.

El inicio

Un año de edad.
Descripción de imagen: Una niña pequeña vestida con un vestido blanco adornado con encaje. Mira con seriedad a la cámara.

28 no es un número muy alto, ni una edad muy avanzada, tampoco son muchos años de vida, pero se sienten como una eternidad. Y es que un día sales volando del vientre de tu madre, cuan tobogán en un parque de diversiones, y la ginecóloga te atrapa de la misma manera en que un niño atrapa una pelota. Dos años después, de la nada, tu madre comienza a notar cambios inesperados en tu cuerpo: crecimiento del clítoris y vello púbico. “¿Qué?, ¿Por qué?, ¿Cómo?” se pregunta. Entonces, tus padres te llevan al médico muchas veces, pasas por manos de distintas batas blancas y distintas pruebas de laboratorio. “Genitales ambiguos”, “hermafroditismo” y “pseudohermafroditismo femenino” son las palabras que se indican en la historia clínica. Pero las batas blancas deciden ocultar la verdad y le dicen a tu familia que todo está bien y que no hay nada de qué preocuparse. Entonces, continuas con tu vida como si nada hubiera pasado, como si nada estuviera ocurriendo. Después de todo, solo tienes dos años y no entiendes nada.

Tus padres pretenden que no ha ocurrido nada y, desde ese momento, tu madre hace todo lo posible por ocultar aquello que te hace diferente de los demás: “no le digas a nadie”, “no le enseñes a nadie lo que tienes ahí abajo”, “no hagas eso, tápate”. Creces viendo niños jugar desnudos en las calles y te das cuenta de la diferencia: tu cuerpo no es como el de las niñas y tampoco como el de los niños. Constantemente te preguntas a ti misma: ¿Qué soy: un niño con un pene pequeño o una niña con una “lengua” grande entre las piernas?, ¿qué es lo que tengo ahí abajo?, ¿por qué tengo pelo ahí abajo y los demás niños no?, ¿qué soy yo? Pero tu madre te ha prohibido hablar de eso, así que no sabes a quién preguntarle.

Cuatro años de edad.
Descripción de imagen: Una niña disfrazada de abeja durante un desfile escolar o evento infantil. Al fondo se ven más niños con disfraces coloridos.

Creces con esas dudas y en una lucha interna acerca de tu cuerpo. Algunas personas, sin malas intenciones, hacen comentarios acerca de tu voz gruesa, de tu abundante vello corporal, tu rostro masculino y tu cuerpo andrógino. Las dudas que tienes se vuelven cada vez más fuertes, pero no tienes a nadie con quien hablar de ello. De pronto, llegas a esa edad en la que esperas los cambios que los libros de biología indican que deben ocurrir en las niñas, pero esos cambios nunca llegan y te quedas esperándolos. En ti surge el deseo de ser como las demás niñas, de verte como ellas y sentirte como ellas, pero no ocurre.

Cuando cumples 14 años, sientes que no puedes más y decides iniciar una búsqueda de respuestas, una investigación, una etnografía de tu cuerpo y de tu historia. El objetivo: saber quién eres y por qué eres así. Las preguntas guía son las mismas que te han acompañado desde el prescolar. Lo primero que se te ocurre es ir al médico, pues en los libros de biología se ha descrito a los cuerpos desde el dimorfismo sexual de maneras que discrepan totalmente de tus características sexuales. El primer paso que das es recurrir a las batas blancas, aquellas comparadas con Dios, quienes saben todo –o quizá nada– sobre el cuerpo, los expertos en la materia. El doctor Mauro, un anciano alegre y pispireto a quien siempre recordarás con cariño, se convierte en tu cómplice, te proporciona una atención cuidadosa y después te refiere a la especialidad de pediatría.

Primera herida

Tu madre te acompaña y observa todo. Tú vas por respuestas, esperando calmar tu ansiedad por saber quién eres en realidad, pero no te imaginas que aquello que comenzó como una lucha interna está por convertirse en una tortura psicoemocional. La pediatra te pide que te desnudes y, al parecer, queda impresionada. Sale del consultorio y regresa con dos médicos. Entre los tres tocan, revisan y analizan tu cuerpo. Comentan lo que observan y dicen palabras como “mírala, es todo un hombrecito”, “no ha desarrollado glándulas mamarias, es puro músculo bien desarrollado”. Te vistes y te piden desnudarte dos veces más porque se les olvida revisar “algo”: si tienes vagina o es solamente un saco sin fondo, en dónde está tu uretra y cómo son los músculos de todo tu cuerpo. Después de la última revisión, dos médicos discuten: “yo digo que es un Klinefelter”, “no, pienso que es un Turner”. Escuchas la discusión sin entender nada. El tercer médico se sienta junto a ti y te dice: “sabes que en este mundo existen hombres y existen mujeres, ¿no..?” (asientes con la cabeza) “…eso es lo normal. Tú no eres ni hombre ni mujer, eres anormal. Tú no eres normal, eres anormal”. Las últimas seis palabras retumban en tu cabeza. Tu corazón se rompe y estallas en llanto, pero nadie lo entiende.

 

Búsqueda

Recurriste a las batas blancas por ayuda para entender lo que te ocurría y aclarar tus dudas, pero, en lugar de eso, saliste del hospital deshecha, sintiéndote como un monstruo de la naturaleza, anormal y atrofiada. Pero eso no te detiene, eso te dice que debes continuar tu búsqueda, pero en otro lugar. Entonces, recuerdas las palabras de los médicos: Klinefelter y Turner. Cuando llegas a casa, las buscas en internet esperando que alguna de ellas te proporcione las respuestas que necesitas. Pero no es así, ninguna de esas variaciones corresponde a tu experiencia corporal. Te das cuenta de que los médicos se equivocaron, pero sigues dándoles la razón sobre tu anormalidad.

Por casualidad, encuentras tu historia clínica y ves los términos “hermafroditismo” y “pseudohermafroditismo femenino”, que se convierten en tus nuevos términos de búsqueda para tu investigación. El internet te arroja una lista de las variaciones corporales abarcadas dentro de esos conceptos. Buscas una por una hasta dar con algo llamado Hiperplasia Suprarrenal Congénita, tres palabras que describían perfectamente tu experiencia, desde la pubertad precoz y el desarrollo de características consideradas masculinas hasta la amenorrea. Encuentras las respuestas que estabas buscando, pero se trata de información médica que describía tus características corporales como “anormales”, “patología” y “enfermedad”. No puedes librarte de ello, ahora no solo eres anormal sino también estás enferma.

Quieres aprender más, así que sigues investigando. Después quieres conocer a alguien que te comprenda, que entienda lo que estás viviendo y cómo te sientes. Entonces, publicas en Yahoo respuestas que eres pseudohermafrodita femenino y que tienes HSC. Algunas personas en situaciones similares se ponen en contacto contigo y dejas de sentirte sola, ahora hay personas que te entienden y te acompañan.

Segunda herida

Pasa el tiempo y tu madre te lleva con una ginecóloga. Tu cuerpo es poderoso e intuitivo, presiente cosas. Tu cuerpo lanza una alerta de amenaza y te dice que no entres al consultorio, pero tu madre te obliga. Empiezas a llorar y dices que no quieres entra ahí, pero te convencen. Entras y te pones una bata quirúrgica. La ginecóloga te pide que te recuestes y abras las piernas. Aquello que inicia como una revisión genital se convierte en un forcejeo incómodo. Te ordena que orines y le dices que no, ella insiste en que orines frente a ella, pero te mantienes firme y continúas diciendo que no. Tus piernas se sienten tensas, advierten peligro y comienzas a cerrarlas, pero ella forcejea para abrirlas. Ella comienza a jalarte el clítoris, te duele y se lo dices, pero ella dice que el dolor es psicológico.

Termina la revisión, pero la incomodidad continúa. Comienza un interrogatorio un tanto sarcástico: ¿sientes que eres hombre o mujer?, ¿tienes novio?, ¿por qué no?, ¿has tenido novio alguna vez?, ya deberías tener novio (ríe de manera burlona), ¿acaso no te gustan los hombres? (ríe nuevamente). Te limitas a responder con monosílabos, aunque por dentro solo piensas en la incomodad, en las preguntas sarcásticas, en la risa de la doctora y en su mirada morbosa. Tu madre no entiende nada y pregunta por qué nunca has menstruado. La doctora, aparentemente molesta, levanta la voz y dice: “usted no entiende nada, ella nunca va a menstruar, ella no es mujer, es hermafrodita”. Vuelven a romper tu corazón, pero esta vez no lloras. Solo tratas de asimilar lo ocurrido.

Consuelo

Unas semanas después, consultas a un endocrinólogo y te confirma que efectivamente tienes HSC. Tus dudas quedan resueltas, ya sabes el porqué, ya conoces tu historia y ya sabes quién eres. El médico te prescribe un tratamiento hormonal feminizante, pero no te explica sus consecuencias. Tú, con solo 15 años de edad, te emocionas porque de esa manera serás lo que siempre has querido: normal, como todas las niñas. No te importa que tu cuerpo sea patologizado en cada consulta, ni que la bata blanca te toque como si fueras un objeto. Lo importante es que serás normal y eso te da paz.

Sigues investigando en internet para aprender más de ti. De pronto, encuentras la palabra “intersex” y se convierte en el nuevo término de búsqueda de tu investigación y que te proporciona una perspectiva fuera de la medicina, una perspectiva desde el activismo, la experiencia personal, el cuidado y la justicia social. Ahora intersex es la palabra. Ya no eres la persona enferma y anormal que te han hecho creer. Intersex es tu cuerpo, intersex eres tú (Flores, 2025).

Bandera intersex.
Descripción de imagen: Bandera intersex (amarilla con un círculo morado en el centro) colocada sobre arena clara, con pequeños adornos a los lados.

Arrebato

Tienes casi 16 años. Tu madre siempre te acompaña a tus consultas con el endocrinólogo, pero, en esta ocasión, tu padre las acompaña a petición del médico. Cuando llegan a la clínica, el especialista habla con él y le pide permiso para tomarte fotos desnuda, pero a ti no te dicen nada. Tu padre consiente el procedimiento y tú no dices nada. A ti no te preguntan cómo te sientes al respecto o si estás de acuerdo con el procedimiento. Simplemente te someten a la indicación de la bata blanca, el dios del conocimiento. Aquel hombre que una vez te dio el consuelo que necesitaste, ahora se convierte en el ser que te arranca la voz y la autodeterminación sobre tu cuerpo para dársela a tu padre y tratarte como un objeto inanimado, sin sensaciones ni emociones.

En algún momento, te refiere a cirugía plástica para colocarte implantes mamarios y que te hagan una clitoridectomía porque no eres lo suficientemente femenina ante sus ojos. Los corticoesteroides, los bloqueadores de andrógenos y las hormonas femeninas que has tomado durante un tiempo no han sido suficientes para obtener los resultados que él desea y considera que representan la feminidad, el cuerpo sexuado femenino ideal para ser sexualizado, para ser “cogible”. Pero esto no es más que el resultado del modelo blanco y eurocentrado de la modernidad y que ha generado el imaginario global de cómo deben ser los cuerpos de los hombres y de las mujeres. Sin embargo, él no se imagina que ya tienes información sobre esos procedimientos y sus repercusiones en la salud física y mental. Quieres decir que no, pero tu voz es invalidada, infantilizada y descartada. La bata blanca es la experta y hay que hacerle caso.

16 años de edad, no suficientemente femina ante los ojos del médico.
Descripción de imagen: Una joven en un restaurante hace la señal de paz con la mano y sonríe. Al fondo hay otra persona y botellas sobre la mesa.

Autoderterminación

Sigues investigando por tu cuenta sobre los procedimientos prescritos por aquel doctor y continúas en contacto con quienes conociste en internet. Escuchas sus experiencias de vida, les acompañas y te acompañan. Encuentras una página llamada Brújula Intersexual, un espacio seguro en el que entras en contacto con otras personas con cuerpos intersex. Te enriqueces con el intercambio y comprendes que no hay nada anormal en ser diferente, sino todo lo contrario: ser diferente es normal.

La bata blanca migra a otra ciudad y, en su lugar, llega otra persona. Este nuevo ser te escucha y hace todo lo posible por comprenderte, te pregunta qué es lo que tú quieres hacer y te enseña que tu cuerpo es tuyo y tú decides qué hacer con él. Tu cuerpo es tuyo y tú decides si quieres modificarlo. La bata blanca te devuelve la voz y la autodeterminación que un día te arrebataron y te brinda una atención desde el cuidado y no desde la patologización. Sin embargo, en tu cuerpo hay resentimiento por todo lo ocurrido. En tu cuerpo no hay paz, tampoco hay mucho amor ni felicidad que digamos.

Resiliencia

Tu experiencia te motiva a seguir aprendiendo, a seguir en contacto con otras personas y a buscar la manera de sanar las heridas que quedaron abiertas. La interacción con la comunidad intersex latinoamericana, aunque de manera virtual, te ayuda a comprender que la educación superior formal no necesariamente elimina la ignorancia ni te hace una mejor persona. Entonces, comprendes que los procedimientos médicos de atención a personas con variaciones de las características sexuales, aunque no son malintencionados, no buscan solucionar un problema de salud, sino que persiguen fines estéticos para que las personas puedan tener relaciones sexuales heterosexuales. Se trata, entonces, de prácticas atravesadas por los discursos provenientes de una mirada colonial en torno al cuerpo sexuado. Somos personas sujetas a esos discursos, y los conocimientos médicos sobre el tema están sujetos a los significados generados por ellos (Edwards, 2007, p. 78).

Trabajando con compass intersex.
Descripción de imagen: Varias manos pintan un círculo morado sobre una tela amarilla, en lo que parece una actividad colectiva relacionada con la bandera intersex.

Conoces a más batas blancas y cada una te proporciona vivencias distintas. Conforme te vuelves consciente y perfeccionas la práctica de la reflexividad sobre la vida, te das cuenta de que aquellos médicos que te proporcionaron un trato digno y humano, en el que no eras percibida como una serie de síntomas y padecimientos, son personas que crecieron y se formaron en alguna comunidad indígena. Se trata de personas que reconocen la diversidad de conocimientos, cuerpos, formas de vida y de expresión, y formas corporales (Walker, 2007, p. 144); personas que interpelan el conocimiento blanco y colonial para decolonizarlo y abrazar la diversidad.

Fuerza, perdón y paz

Tus heridas comienzan a sanar conforme te involucras en el activismo y en la comunidad intersexual. Entonces, dejas de sentir rencor y decides vivir en paz. Perdonas el daño que te han hecho y agradeces por cada una de tus vivencias, porque, quieras o no, han influido en la construcción de tu identidad, de quien eres. Creces como persona en un proceso de “reconstrucción constante, un rehacer del yo a partir de experiencias esencialmente sociales más que estéticas” (Wain, 2007, p. 53). La reflexividad constante te lleva no solo a buscar maneras de reivindicarte con tu cuerpo, sino también a seguir aprendiendo de él y a escucharlo, a aprender en comunidad, de todos y con todos. Adoptas una perspectiva constructivista que considera que “las personas reelaboran y revisan sus historias, narrativas, emciones, sensaciones físicas, pensamientos y creencias para construir y entender el mundo” (Kawalilak & Groen, 2020, p. 73).

Cuando comienzas a perdonar –lo cual no necesariamente a olvidar–, comienzas a vivir en paz y te das cuenta de que el amor siempre ha estado ahí dentro de ti, pero estaba dormido y ya comienza a despertar. Después de eso, orgullosamente te unes a Susy Shock para reclamar tu derecho a ser un monstruo y dejar a otros ser normal (2015). Y de la nada te das cuenta de que cada día es una oportunidad más para vivir, ser, hacer, aprender y desaprender. Cada día es una oportunidad para cumplir un sueño y ver la belleza en las pequeñas coincidencias y casualidades de la vida. Cada día es un nuevo comienzo para interpelar los discursos que subyacen en la sociedad. Cada día es una invitación a seguir construyéndote para construir un mejor camino hacia la justicia social.

Reclamando mi monstruosidad.
Descripción de imagen: Una mujer en la playa sostiene una pequeña bandera intersex sobre su hombro. Está de espaldas pero voltea hacia la cámara.

Referencias

Aspin, D. N., & Chapman, J. D. (2007). Lifelong Learning: Concepts and Conceptions. En D. N. Aspin (Ed.), Philosophical Perspectives on Lifelong Learning (pp. 19–38). Springer.

Edwards, R. G. (2007). From Adult Education to Lifelong Learning and Back again. En D. N. Aspin (Ed.), Philosophical Perspectives on Lifelong Learning (pp. 70–84). Springer.

Flores, F. (2024). Mi Cuerpo Intersex: Entre la Cultura y la Patologización / My Intersex Body: Between Culture and Pathologization. OutRight International. https://outrightinternational.org/insights/mi-cuerpo-intersex-entre-la-cultura-y-la-patologizacion-my-intersex-body-between-culture

Kawalilak, C., & Groen, J. (2021). Adult Learning. En T. S. Rocco, M. C. Smith, R. C. Mizzi, L. R. Merriweather, & J. D. Hawley (Eds.), The Handbook of Adult and Continuing Education (2020th ed., pp. 73–80). Routledge Taylor and Francis Group.

Shock, S. (2015). Yo, monstruo mío. En Poemario transpirado. Muchas Nueces.

Wain, K. (2007). Lifelong Learning and the Politics of the Learning society. In D. N. Aspin (Ed.), Philosophical Perspectives on Lifelong Learning (pp. 39–56). Springer.

Walker, J., & Butterwick, S. (2021). Education to Change the World: Learning Within/Through Social Movements. In T. S. Rocco, M. C. Smith, R. C. Mizzi, L. R. Merriweather, & J. D. Hawley (Eds.), The Handbook of Adult and Continuing Education (2020th ed., pp. 322–329). Routledge Taylor and Francis Group.

Walker, M. (2007). Widening Participation in Higher Education: Lifelong Learning as Capability. In D. N. Aspin (Ed.), Philosophical Perspectives on Lifelong Learning (pp. 131–147). Springer.

 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.