Único | Por Amiel Vieira (Brasil)

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[I N   E N G L I S H]

Amiel Vieira

Único

Por Amiel Vieira

Nací en la Maternidad Sao Paulo, Brasil. Nací con genitales “atípicos” e hipospadias. Según consta en mi expediente médico tenía un pene de 1 centímetro, testículos y bolsas escrotales. En un inicio me pusieron el nombre de Luiz Henrique Modesto Vieira.

Mientras estaba hospitalizado, todos los médicos y enfermeros querían verme, porque todo el mundo en el hospital hablaba del niño “hermafrodita” o “exótico”, que estaba hospitalizado ahí.

En mi expediente médico se puede ver que hubo una discusión entre los doctores, porque no sabían cómo resolver la situación de los genitales “atípicos”. También se menciona que mis padres no sabían que hacer, le dijeron a los médicos: “Lo que ustedes decidan es lo mejor. Hijo o hija, dejamos esa decisión en sus manos”. Eso demuestra que los padres no están nada preparados para recibir este tipo de noticias y tomar decisiones. No se trata solo de recibir la noticia, se trata de recibirla y saber manejar la situación.

Siete días después de mi nacimiento, se me trasladó a la maternidad del Instituto da Criança no Hospital das Clínicas de São Paulo. En este hospital me realizaron varios exámenes médicos, incluido un cariotipo. Los resultados fueron: “cariotipo 46 XY, pene de 1.5 cm, uretra con hipospadias, bolsa labioescrotal con pliegues”. En mi expediente médico se menciona que: “no se reveló a los padres el hecho de que el cariotipo del bebé es 46 XY”.

Al recibir los resultados, el equipo médico decidió hacer un examen hormonal de sensibilidad androgénica, que consistió en la aplicación de ungüentos de testosterona (Pregnyl) durante 14 días. Se observó un “aumento de la testosterona con poca reacción cutánea” y, en cuanto a los genitales, menciona que “no hubo un gran cambio”.

Debido a estos resultados, los médicos decidieron hacer una “intervención quirúrgica normalizadora para el sexo femenino” y mis padres me cambiaron el nombre a Anamaría.

Para esto, indicaron que la intervención se llevaría a cabo en dos etapas. La primera cirugía se me realizó cuando tenía 7 meses de edad, consistió en la extirpación de mi pene y testículos. La segunda cirugía se tenía planeada para la preadolescencia y consistiría en la construcción de una “neovagina”.

Después de esa primera cirugía mi vida continuó, pero nunca se me informó lo que me habían hecho.

Mis recuerdos de la escuela, son de siempre estar entre las niñas, de no saber quién era. Recuerdo que no me sentía bien en casa, no me sentía vivo en casa, pero tampoco me sentía vivo en la escuela. No pertenecía a ningún lugar.

En mi expediente médico existe el registro de una consulta que tuve con una psicóloga cuando tenía 10 años, en la cual mis padres estuvieron presentes. Hasta el día de hoy recuerdo lo que decía ese registro: “Inició la evaluación de Anamaría. Queda clara la dificultad de los padres para lidiar con el problema, así como la angustia que les genera a ellos y a Anamaría, quien no puede hablar sobre sí misma”.

Así me sentía cuando entré en la adolescencia y no podía hablar de mí, no lograba entenderme en mi propio cuerpo, ni conocía mi propia historia. Recuerdo que a los 12 o 13 años, que era cuando las niñas empezaban a hablar de sus primeras menstruaciones, mi madre me dijo que yo no podía tener hijos, que no tenía útero y tampoco ovarios. También me dijo que tenía la opción de adoptar un bebé, que podía tener “hijos del corazón”.

Crecí en un ambiente complicado. Mis padres eran católicos y, cuando yo tenía 2 años de edad, se convirtieron a la iglesia evangélica. En el medio evangélico/católico en el que ellos se criaron, la sexualidad tenía un único objetivo: la reproducción. Uno de los objetivos del matrimonio también era reproducción, dejar una descendencia. Entonces yo pensaba: “Anamaría un día va a tener que casarse, va a tener que tener hijos. Y un día Anamaría tendrá que conversar con su marido y decirle: Bueno… yo no puedo tener hijos”.

La segunda cirugía, originalmente prevista para la preadolescencia, se me realizó hasta que cumplí 20 años. Esta cirugía no me transformó en una mujer, la “neovagina” solo cambió mis genitales para darles un “aspecto más femenino”. En pocas palabras, mis genitales únicamente pasaron a ser un agujero penetrable.

Mi relación con el espejo era pésima, siempre pensé que mi cuerpo era un cuerpo que pertenecía a los médicos. La primera vez que logré verme desnudo frente a un espejo fue hasta los 35 años.

A los 33 años de edad, aún no sabía nada sobre mí y tampoco entendía por qué me habían realizado las cirugías. Fue entonces que descubrí una carta del Hospital das Clínicas de São Paulo que estaba dirigida a mi madre, la carta tenía fecha de 1996. Decía lo siguiente:

“Sao Paulo, 30 de mayo de 1996

La paciente Anamaría M. Vieira […] con diagnóstico de síndrome de insensibilidad parcial a los andrógenos […] Está recibiendo tratamiento de reemplazo hormonal con etinilestradiol desde noviembre de 1992”.

La carta fue algo que me conmocionó, porque empecé a investigar sobre el asunto, empecé a conectar lo que había vivido.

Me habían hecho una cirugía cuando tenía 7 meses y no sabía para qué. Pasé toda mi vida desconfiando de mi madre, siempre sospeché que ella me ocultaba algo.

Nunca me sentí la persona que me habían dicho que era, yo no era Anamaría, nunca fui Anamaría. Anamaría fue un intento de existir, de hacer que encajara en el mundo.

Después del descubrimiento de la carta, logré obtener mi expediente médico. En la primera hoja del expediente había un nombre: Luiz Henrique Modesto Vieira, que estaba tachado y abajo decía: Anamaría Modesto Vieira. Además, en una de las primeras hojas, decía: cariotipo XY.

En 2016, inicié mi militancia política por la causa LGBTI. La Marcha de mujeres lesbianas y bisexuales de Sao Paulo fue algo que marcó mi vida. Porque fue cuando empecé a darme cuenta de que mi sexualidad no era una anormalidad. Fue la primera vez que asumí, frente a otras personas, que me gustaban las mujeres y también pude contar mi historia.

También me enteré de la existencia de las personas Trans, escuché a alguien decir que “se trataba de personas que sentían que habían nacido en cuerpos equivocados”. Ahora sé que la definición correcta es que somos personas que no nos identificamos con el género asignado al nacer, sin embargo, en ese momento, el sentimiento de “nacer en el cuerpo equivocado” era muy parecido a lo que yo sentía.

A través de las cirugías, los médicos habían intentado construir un cuerpo femenino que no me representaba, pero también sentía que no tenía experiencia siendo del género masculino. Entonces empecé a decir que yo ya no era mujer, y a asumirme como una persona no binaria. Fue entonces cuando decidí cambiar mi nombre a Amiel.

Siempre fui marginalizado, nunca estuve presente en toda esta historia. Cuando mutilaron a Luiz Henrique, no le dieron la oportunidad de vivir en ese cuerpo que tenía. Una pregunta que me acompañó durante gran parte de mi vida fue: ¿Será que hay otras personas como yo? o ¿soy la aberración que los médicos dicen que soy?

Cuando descubrí que era intersexual, di respuesta a esa primera pregunta, pero en ese momento solo conocía a personas de manera virtual a través de internet. En 2016, me invitaron a participar en una mesa sobre intersexualidad y lesbianismo. Esa mesa fue organizada por la Marcha Lésbica y Bisexual de Sao Paulo. Ahí, por primera vez y en carne propia, pude dar respuesta a esa pregunta: conocí a dos personas intersexuales. Esto marcó el inicio de mi activismo, porque fue en ese momento cuando yo, junto con las dos personas que recién había conocido, decidimos que queríamos hacer algo en relación con el tema de intersexualidad en Sao Paulo.

Una cosa que me molesta mucho, es que cuando se habla de infancias en la ley brasileña, se habla del niño o niña como incapaz. Incapaz de tomar decisiones, incapaz de hablar, incapaz de reaccionar. Eso da poder, tanto a los padres como a los médicos, de decidir sobre la vida del niño o niña. Para mí, los niños y niñas intersexuales, somos quienes más vivimos el sentimiento de no pertenecer, porque es común que no seamos aceptados ni por nuestros padres, ni por la sociedad.

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